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Gustavo Gutiérrez Cabello: La leyenda vallenata de la nostalgia

Fuente: ElTiempo.com | Fecha: 2013-05-02 | Visitas: 5155

Gustavo Gutiérrez Cabello: La leyenda vallenata de la nostalgia

Perfil del compositor más importante de la historia del vallenato romántico.

Cuando hace frío y el vallenato está a punto de estallar, el ambiente se alebresta.

Hay un tufillo de whisky en el aire. Bullicio de voces emocionadas. Los Niños del Vallenato ensayan sus fuelles, preparan sus voces; ellos se arreglan el sombrero y ellas se retocan el labial. Se compone el momento previo a la parranda. Y la Leyenda Vallenata del año, la estrella de esta y las noches que vienen, está en el último cuarto de la hilera de camerinos. Con paso lento, la figura larga de Gustavo Gutiérrez Cabello se desliza de un lado a otro.

Su camisa tejida en lino crudo trae en sus fibras la frescura de Valledupar a esta, una noche helada de Bogotá. Faltan dos horas para que arranque el evento de inauguración de la versión 46 del Festival de la Leyenda Vallenata, y Gustavo se mueve con ansiedad mientras posa para la cámara. Habla de las entrevistas que dio a medios diferentes, de los trancones que debió soportar durante el día y de la emoción que le produce cantar. Va con fotógrafo al escenario para hacer un retrato. Se asoma y con cara de preocupación, exclama: "No hay nadie pa’l concierto. ¡Está vacío!". De regreso al camerino no deja de repetirlo. "Eso no se va a llenar, primo". Por estos días Gustavo no se toma ni un ron. Aguanta la angustia a palo seco.

Gustavo Gutiérrez Cabello, el compositor romántico por excelencia, el poeta vallenato que abrió un nuevo capítulo en la historia del folclor con sus canciones cadenciosas y que ahora está rodeado de una pequeña multitud, se siente solo.

Hace frío y el ambiente se inquieta, pero la tribuna no llega y la Leyenda tiembla de cara al vacío.

En el Valledupar de 1940, cuando no existían los periódicos y el vallenato era el encargado de dar las noticias, de contar cómo estaban los caminos y qué deparaban los campos, Teotiste Cabello Pimienta y su esposo, Evaristo Gutiérrez Araújo, se hicieron padres de Gustavo Gutiérrez Cabello, un pelado flaco que estudiaría en colegio católico y que, 23 años después, le pondría otra letra al folclor vallenato.

Un recorrido por su origen indica que a diez metros de su casa estaba el patrono de Valledupar, el Santo Ecce Homo, al que su mamá lo encomendó. A los 12 años, y seguro de que llevaba la bendición del Santo, Gustavo salía a la calle, llegaba al teatro y si entraba de último su tarea era trancar la puerta. Jugaba fútbol, iba al río. Tocaba guitarra y acordeón. Prefería la clase de ‘preceptiva literaria’ sobre cualquier otra. Escuchaba con su papá los LP del poeta colombiano Jorge Robledo Ortiz y del también escritor Antonio Comas, conocido como ‘el Indio’ Duarte. Cuando creció, parrandeaba con Consuelo Araújo Noguera, Jaime Molina, Gabriel García Márquez y cantaba rancheras, boleros, bambuco, vallenato. Su adolescencia y juventud estuvieron acompañadas de poesía, mujeres, trago, guitarra y acordeón.

Sus ojos café oscuro, su piel morena y lisa y sus oídos privilegiados que atendían más a la poesía que a la prosa, atesoraban los recuerdos que años después sus largas manos convertirían en estrofas. Como esta de la canción Paisaje de sol: "Qué bello es el cielo / en la tierra mía / y el paisaje crece / crece en lejanía".

Gustavo quería estudiar piano o guitarra. Su deseo de siempre, el que impulsaba con la guitarra que aprendió a tocar a los 13 años, era ser músico. Pero también, en algún rincón de su casa, reposa un diploma de administración de empresas. Cuando terminó sus estudios en la EAN de Bogotá, fue nombrado director de turismo del Cesar durante 5 años y en ese tiempo organizó cinco Festivales de la Leyenda Vallenata. Su amistad con Cecilia Caballero, la esposa del entonces gobernador del departamento, Alfonso López Michelsen, le ayudó a promover los festivales en el interior del país. Pero Gustavo estaba frustrado. Durante estos años no pudo componer canciones. Además, y como cuenta hoy resguardado de una lluvia bogotana en el lobby de un hotel, "no había plata pa’ nada".

Gustavo, cansado, renunció a su cargo. Y solo un mes después de hacerlo compuso Tanto que te canto, una canción que tres meses después sería grabada por la Billo’s Caracas Boys. Tiempo más tarde, los hermanos Zuleta hicieron lo propio. Gustavo estaba en el ruedo.

Dos meses después de Tanto que te canto, Gustavo compuso Así fue mi querer. Luego vinieron Mi niño se creció, Sin medir distancias y Camino largo, interpretadas por Diomedes Díaz, y No pude más, entonada por Jorge Celedón. Sus composiciones engrosaron una lista de más de 100 canciones. Recibió premios y condecoraciones de la Cámara de Representantes de la República, de CBS (Columbia Records), de la Alcaldía de Bucaramanga. Ganó en dos ocasiones el premio a la canción inédita del Festival de la Leyenda Vallenata, primero con Rumores de viejas voces en 1969, y luego con Paisaje de sol, en 1982.

El ‘Flaco de oro’ llegó a la cima. Pero en 1998, justo cuando se encontraba en la cresta de la ola, dejó de componer.

El vallenato es el sentir de un pueblo, es una serie de historias capturadas en canciones que permanezcan en el tiempo en clave de sol. Y huele a puro Old Parr. Sorprende que en un ambiente parrandero, en el que priman los personajes de excesos como Diomedes Díaz, esté la figura de Gustavo, medida, silenciosa, y que por su garganta ya no baje ni una sola gota de trago.

Aunque es cierto, en su memoria permanecen intactas parrandas inolvidables. Una, probablemente la más memorable para él, fue con ‘la Cacica’. Durante tres días la casa de Consuelo Araújo Noguera se estremeció. El sancocho de gallina preparado debajo de un palo de mango rindió para todos los invitados, lo mismo el Old Parr. Gustavo recuerda a Gabriel García Márquez, Álvaro Cepeda Samudio y a Fabio Lozano Simonelli como parte del jolgorio. "Esa parranda no se me olvida a mí nunca –dice y baja la mirada–. Hubo comida, buena música, de todo…".

Pero hoy, a 15° C de temperatura en Bogotá, donde tuvo lugar la entrevista, y forrado con una chaqueta negra de cuero, Gustavo mira al suelo. En la mirada se le adivina nostalgia. Dice: "Hoy en día Valledupar está muy violenta. Yo añoro otra época… A mí me gusta vivir en un pueblo apacible, que haya tolerancia, que todo el mundo se conozca, sea amigo. Ese fue el concepto con el que yo crecí y voy a morir con él. Pero te cuento que a mi casa se han metido los ladrones dos veces. La primera vez me amarraron, al hijo y a la mujer. Nos robaron. Y un año después se volvieron a meter otra vez".

Luego de un silencio corto, exclama: "Sí, añoro el tiempo pasado".

En 1963, la constante amenaza de lluvia en Bogotá obligaba a Gustavo a andar con sombrilla y a usar gabanes con botones grandes. Estudiaba administración de empresas en la EAN, tomaba tinto varias veces al día y escribía cartas de amor para una novia que se había quedado en su Valledupar.

Y él mandaba cartas y las cartas no recibían respuesta. Uno de sus compadres le escribió desde allá: "No le escribas más, que se va a casar". Fue por esto y por nada más que se le ocurrió la que probablemente ha sido su canción más recordada, cantada después por Alfredo Gutiérrez, Carlos Vives y Alfonso ‘Poncho’ Zuleta, y el primer éxito de su carrera: Confidencia.

"Gustavo Gutiérrez canta / en Valledupar cuando sale el sol / para ‘compará’ este encanto / solo tu mirar divino mi amor / Si pudiera volver al pasado / en confidencia disfrutaría / de tus besos con mayor encanto / y en confidencia te pediría… ".

En adelante, más desamores, más mujeres, más parrandas. Canciones con estribillos románticos que les hablan a las decepciones, a la belleza, a la tierra, a los caminos; canciones cargadas con el calor de Valledupar. Composiciones como Te quiero porque te quiero o Aquella tarde, que después serían grabadas por cantantes de la nueva ola y que en el 2008 llevarían al cantante Peter Manjarrés a recibir un Grammy Latino. Éxitos que sugirieron la creación de un quinto aire musical, adicional a los conocidos puya, merengue, paseo y son, al que denominarían romance.

En los Festivales Vallenatos, las canciones que concursan en Valledupar son de melodías cortas. En los 4 minutos que le dan al acordeonero, él tiene la oportunidad de lucirse y derrochar sus mejores notas y, claro, no se analiza la canción sino la interpretación. Fue por esto que Alfonso López Michelsen, Rafael Escalona y ‘Nacho’ Urbina presentaron una propuesta que, al final, beneficiaba a Gustavo Gutiérrez: la creación de un quinto aire. Y lo favorecía porque lo consideraban el creador del estilo. A pesar de esto, Gustavo nunca estuvo de acuerdo y todavía hoy, cuando se le pregunta por esto, asegura que "no le veo fundamento. Lo que yo probé con mi música es que haciendo versos finos se puede hacer folclor también". Y lo suyo es vallenato. Punto.

Gustavo Gutiérrez dice: "Yo creo que hice una gran contribución. El folclor de un país debe tener distintos matices, no solamente la crónica, la narración, sino también el romanticismo. Yo me hice un propósito: al principio, me decían los amigos que eso iba a fracasar, que cómo iba a ponerle poesía profunda o filosofía a la letra de una música folclórica. Pero yo pensaba que en Argentina están las zambas, las milongas que cantaban Atahualpa y Mercedes Sosa. Yo les decía: ‘Miren, esa es música popular de la Argentina. Miren cómo le cantan al río… en el vallenato también se puede hacer eso’".

Jenny Leonor Armenta Gómez acordó una cita para entrevistar a Gustavo en el Festival Vallenato de 1989. Ella, periodista del Caribe, ya estaba enamorada de sus canciones. Él, compositor consagrado, disfrutaba de sus buenos momentos de cantante. Y seguramente cuando se encontraron algo hubo, porque luego Gustavo invitó a Jenny y a sus amigas a una caseta. Llegaron el cruce de miradas, el roce de manos y poquito a poco se fueron enamorando. Se quisieron tanto, que el amor les alcanzó para estar dos años de novios, 23 de esposos, tener dos hijos y permanecer juntos hasta hoy.

"¿Sabes a qué edad me casé yo? –interpela Gustavo–. A los 51 años. Ya a esa edad tiene uno que recogerse, y no me arrepiento; fue la mejor decisión. Se murió mi mamá, se murió mi papá… estaría yo ahora viviendo solo o al lado de una hermana. Yo mejor formé mi hogar y vivo muy contento con Jenny".

Se acerca el final del verso. La Leyenda baja del escenario con una rosa en la mano, el micrófono en la otra y luce sereno. Del Gustavo preocupado por la falta de audiencia no queda nada. Ahora, hay una imagen enajenada dentro de sus propias canciones. Afuera, sus cantos envuelven a una tribuna que completa las sillas del teatro. Gustavo se entrega en cada nota con devoción: cierra los ojos, abre los brazos, canta como quien escupe palabras cuidadas y enamoradas. Termina su presentación y la ovación del público le provoca una sonrisa. El compositor recibe los aplausos y con pausa se repliega en el camerino.

Gustavo seguirá cantando hasta que pueda. Y sus sones, como toda primera piedra puesta en una construcción, serán cimiento para el vallenato que aspire al romance.

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Gustavo Gutiérrez Cabello: La leyenda vallenata de la nostalgia

Perfil del compositor más importante de la historia del vallenato romántico.

Cuando hace frío y el vallenato está a punto de estallar, el ambiente se alebresta.

Hay un tufillo de whisky en el aire. Bullicio de voces emocionadas. Los Niños del Vallenato ensayan sus fuelles, preparan sus voces; ellos se arreglan el sombrero y ellas se retocan el labial. Se compone el momento previo a la parranda. Y la Leyenda Vallenata del año, la estrella de esta y las noches que vienen, está en el último cuarto de la hilera de camerinos. Con paso lento, la figura larga de Gustavo Gutiérrez Cabello se desliza de un lado a otro.

Su camisa tejida en lino crudo trae en sus fibras la frescura de Valledupar a esta, una noche helada de Bogotá. Faltan dos horas para que arranque el evento de inauguración de la versión 46 del Festival de la Leyenda Vallenata, y Gustavo se mueve con ansiedad mientras posa para la cámara. Habla de las entrevistas que dio a medios diferentes, de los trancones que debió soportar durante el día y de la emoción que le produce cantar. Va con fotógrafo al escenario para hacer un retrato. Se asoma y con cara de preocupación, exclama: "No hay nadie pa’l concierto. ¡Está vacío!". De regreso al camerino no deja de repetirlo. "Eso no se va a llenar, primo". Por estos días Gustavo no se toma ni un ron. Aguanta la angustia a palo seco.

Gustavo Gutiérrez Cabello, el compositor romántico por excelencia, el poeta vallenato que abrió un nuevo capítulo en la historia del folclor con sus canciones cadenciosas y que ahora está rodeado de una pequeña multitud, se siente solo.

Hace frío y el ambiente se inquieta, pero la tribuna no llega y la Leyenda tiembla de cara al vacío.

En el Valledupar de 1940, cuando no existían los periódicos y el vallenato era el encargado de dar las noticias, de contar cómo estaban los caminos y qué deparaban los campos, Teotiste Cabello Pimienta y su esposo, Evaristo Gutiérrez Araújo, se hicieron padres de Gustavo Gutiérrez Cabello, un pelado flaco que estudiaría en colegio católico y que, 23 años después, le pondría otra letra al folclor vallenato.

Un recorrido por su origen indica que a diez metros de su casa estaba el patrono de Valledupar, el Santo Ecce Homo, al que su mamá lo encomendó. A los 12 años, y seguro de que llevaba la bendición del Santo, Gustavo salía a la calle, llegaba al teatro y si entraba de último su tarea era trancar la puerta. Jugaba fútbol, iba al río. Tocaba guitarra y acordeón. Prefería la clase de ‘preceptiva literaria’ sobre cualquier otra. Escuchaba con su papá los LP del poeta colombiano Jorge Robledo Ortiz y del también escritor Antonio Comas, conocido como ‘el Indio’ Duarte. Cuando creció, parrandeaba con Consuelo Araújo Noguera, Jaime Molina, Gabriel García Márquez y cantaba rancheras, boleros, bambuco, vallenato. Su adolescencia y juventud estuvieron acompañadas de poesía, mujeres, trago, guitarra y acordeón.

Sus ojos café oscuro, su piel morena y lisa y sus oídos privilegiados que atendían más a la poesía que a la prosa, atesoraban los recuerdos que años después sus largas manos convertirían en estrofas. Como esta de la canción Paisaje de sol: "Qué bello es el cielo / en la tierra mía / y el paisaje crece / crece en lejanía".

Gustavo quería estudiar piano o guitarra. Su deseo de siempre, el que impulsaba con la guitarra que aprendió a tocar a los 13 años, era ser músico. Pero también, en algún rincón de su casa, reposa un diploma de administración de empresas. Cuando terminó sus estudios en la EAN de Bogotá, fue nombrado director de turismo del Cesar durante 5 años y en ese tiempo organizó cinco Festivales de la Leyenda Vallenata. Su amistad con Cecilia Caballero, la esposa del entonces gobernador del departamento, Alfonso López Michelsen, le ayudó a promover los festivales en el interior del país. Pero Gustavo estaba frustrado. Durante estos años no pudo componer canciones. Además, y como cuenta hoy resguardado de una lluvia bogotana en el lobby de un hotel, "no había plata pa’ nada".

Gustavo, cansado, renunció a su cargo. Y solo un mes después de hacerlo compuso Tanto que te canto, una canción que tres meses después sería grabada por la Billo’s Caracas Boys. Tiempo más tarde, los hermanos Zuleta hicieron lo propio. Gustavo estaba en el ruedo.

Dos meses después de Tanto que te canto, Gustavo compuso Así fue mi querer. Luego vinieron Mi niño se creció, Sin medir distancias y Camino largo, interpretadas por Diomedes Díaz, y No pude más, entonada por Jorge Celedón. Sus composiciones engrosaron una lista de más de 100 canciones. Recibió premios y condecoraciones de la Cámara de Representantes de la República, de CBS (Columbia Records), de la Alcaldía de Bucaramanga. Ganó en dos ocasiones el premio a la canción inédita del Festival de la Leyenda Vallenata, primero con Rumores de viejas voces en 1969, y luego con Paisaje de sol, en 1982.

El ‘Flaco de oro’ llegó a la cima. Pero en 1998, justo cuando se encontraba en la cresta de la ola, dejó de componer.

El vallenato es el sentir de un pueblo, es una serie de historias capturadas en canciones que permanezcan en el tiempo en clave de sol. Y huele a puro Old Parr. Sorprende que en un ambiente parrandero, en el que priman los personajes de excesos como Diomedes Díaz, esté la figura de Gustavo, medida, silenciosa, y que por su garganta ya no baje ni una sola gota de trago.

Aunque es cierto, en su memoria permanecen intactas parrandas inolvidables. Una, probablemente la más memorable para él, fue con ‘la Cacica’. Durante tres días la casa de Consuelo Araújo Noguera se estremeció. El sancocho de gallina preparado debajo de un palo de mango rindió para todos los invitados, lo mismo el Old Parr. Gustavo recuerda a Gabriel García Márquez, Álvaro Cepeda Samudio y a Fabio Lozano Simonelli como parte del jolgorio. "Esa parranda no se me olvida a mí nunca –dice y baja la mirada–. Hubo comida, buena música, de todo…".

Pero hoy, a 15° C de temperatura en Bogotá, donde tuvo lugar la entrevista, y forrado con una chaqueta negra de cuero, Gustavo mira al suelo. En la mirada se le adivina nostalgia. Dice: "Hoy en día Valledupar está muy violenta. Yo añoro otra época… A mí me gusta vivir en un pueblo apacible, que haya tolerancia, que todo el mundo se conozca, sea amigo. Ese fue el concepto con el que yo crecí y voy a morir con él. Pero te cuento que a mi casa se han metido los ladrones dos veces. La primera vez me amarraron, al hijo y a la mujer. Nos robaron. Y un año después se volvieron a meter otra vez".

Luego de un silencio corto, exclama: "Sí, añoro el tiempo pasado".

En 1963, la constante amenaza de lluvia en Bogotá obligaba a Gustavo a andar con sombrilla y a usar gabanes con botones grandes. Estudiaba administración de empresas en la EAN, tomaba tinto varias veces al día y escribía cartas de amor para una novia que se había quedado en su Valledupar.

Y él mandaba cartas y las cartas no recibían respuesta. Uno de sus compadres le escribió desde allá: "No le escribas más, que se va a casar". Fue por esto y por nada más que se le ocurrió la que probablemente ha sido su canción más recordada, cantada después por Alfredo Gutiérrez, Carlos Vives y Alfonso ‘Poncho’ Zuleta, y el primer éxito de su carrera: Confidencia.

"Gustavo Gutiérrez canta / en Valledupar cuando sale el sol / para ‘compará’ este encanto / solo tu mirar divino mi amor / Si pudiera volver al pasado / en confidencia disfrutaría / de tus besos con mayor encanto / y en confidencia te pediría… ".

En adelante, más desamores, más mujeres, más parrandas. Canciones con estribillos románticos que les hablan a las decepciones, a la belleza, a la tierra, a los caminos; canciones cargadas con el calor de Valledupar. Composiciones como Te quiero porque te quiero o Aquella tarde, que después serían grabadas por cantantes de la nueva ola y que en el 2008 llevarían al cantante Peter Manjarrés a recibir un Grammy Latino. Éxitos que sugirieron la creación de un quinto aire musical, adicional a los conocidos puya, merengue, paseo y son, al que denominarían romance.

En los Festivales Vallenatos, las canciones que concursan en Valledupar son de melodías cortas. En los 4 minutos que le dan al acordeonero, él tiene la oportunidad de lucirse y derrochar sus mejores notas y, claro, no se analiza la canción sino la interpretación. Fue por esto que Alfonso López Michelsen, Rafael Escalona y ‘Nacho’ Urbina presentaron una propuesta que, al final, beneficiaba a Gustavo Gutiérrez: la creación de un quinto aire. Y lo favorecía porque lo consideraban el creador del estilo. A pesar de esto, Gustavo nunca estuvo de acuerdo y todavía hoy, cuando se le pregunta por esto, asegura que "no le veo fundamento. Lo que yo probé con mi música es que haciendo versos finos se puede hacer folclor también". Y lo suyo es vallenato. Punto.

Gustavo Gutiérrez dice: "Yo creo que hice una gran contribución. El folclor de un país debe tener distintos matices, no solamente la crónica, la narración, sino también el romanticismo. Yo me hice un propósito: al principio, me decían los amigos que eso iba a fracasar, que cómo iba a ponerle poesía profunda o filosofía a la letra de una música folclórica. Pero yo pensaba que en Argentina están las zambas, las milongas que cantaban Atahualpa y Mercedes Sosa. Yo les decía: ‘Miren, esa es música popular de la Argentina. Miren cómo le cantan al río… en el vallenato también se puede hacer eso’".

Jenny Leonor Armenta Gómez acordó una cita para entrevistar a Gustavo en el Festival Vallenato de 1989. Ella, periodista del Caribe, ya estaba enamorada de sus canciones. Él, compositor consagrado, disfrutaba de sus buenos momentos de cantante. Y seguramente cuando se encontraron algo hubo, porque luego Gustavo invitó a Jenny y a sus amigas a una caseta. Llegaron el cruce de miradas, el roce de manos y poquito a poco se fueron enamorando. Se quisieron tanto, que el amor les alcanzó para estar dos años de novios, 23 de esposos, tener dos hijos y permanecer juntos hasta hoy.

"¿Sabes a qué edad me casé yo? –interpela Gustavo–. A los 51 años. Ya a esa edad tiene uno que recogerse, y no me arrepiento; fue la mejor decisión. Se murió mi mamá, se murió mi papá… estaría yo ahora viviendo solo o al lado de una hermana. Yo mejor formé mi hogar y vivo muy contento con Jenny".

Se acerca el final del verso. La Leyenda baja del escenario con una rosa en la mano, el micrófono en la otra y luce sereno. Del Gustavo preocupado por la falta de audiencia no queda nada. Ahora, hay una imagen enajenada dentro de sus propias canciones. Afuera, sus cantos envuelven a una tribuna que completa las sillas del teatro. Gustavo se entrega en cada nota con devoción: cierra los ojos, abre los brazos, canta como quien escupe palabras cuidadas y enamoradas. Termina su presentación y la ovación del público le provoca una sonrisa. El compositor recibe los aplausos y con pausa se repliega en el camerino.

Gustavo seguirá cantando hasta que pueda. Y sus sones, como toda primera piedra puesta en una construcción, serán cimiento para el vallenato que aspire al romance.

Fuente: ElTiempo.com

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Gustavo Gutiérrez Cabello: La leyenda vallenata de la nostalgia

Fuente: ElTiempo.com | Fecha: 2013-05-02 | Visitas: 5155

Gustavo Gutiérrez Cabello: La leyenda vallenata de la nostalgia

Perfil del compositor más importante de la historia del vallenato romántico.

Cuando hace frío y el vallenato está a punto de estallar, el ambiente se alebresta.

Hay un tufillo de whisky en el aire. Bullicio de voces emocionadas. Los Niños del Vallenato ensayan sus fuelles, preparan sus voces; ellos se arreglan el sombrero y ellas se retocan el labial. Se compone el momento previo a la parranda. Y la Leyenda Vallenata del año, la estrella de esta y las noches que vienen, está en el último cuarto de la hilera de camerinos. Con paso lento, la figura larga de Gustavo Gutiérrez Cabello se desliza de un lado a otro.

Su camisa tejida en lino crudo trae en sus fibras la frescura de Valledupar a esta, una noche helada de Bogotá. Faltan dos horas para que arranque el evento de inauguración de la versión 46 del Festival de la Leyenda Vallenata, y Gustavo se mueve con ansiedad mientras posa para la cámara. Habla de las entrevistas que dio a medios diferentes, de los trancones que debió soportar durante el día y de la emoción que le produce cantar. Va con fotógrafo al escenario para hacer un retrato. Se asoma y con cara de preocupación, exclama: "No hay nadie pa’l concierto. ¡Está vacío!". De regreso al camerino no deja de repetirlo. "Eso no se va a llenar, primo". Por estos días Gustavo no se toma ni un ron. Aguanta la angustia a palo seco.

Gustavo Gutiérrez Cabello, el compositor romántico por excelencia, el poeta vallenato que abrió un nuevo capítulo en la historia del folclor con sus canciones cadenciosas y que ahora está rodeado de una pequeña multitud, se siente solo.

Hace frío y el ambiente se inquieta, pero la tribuna no llega y la Leyenda tiembla de cara al vacío.

En el Valledupar de 1940, cuando no existían los periódicos y el vallenato era el encargado de dar las noticias, de contar cómo estaban los caminos y qué deparaban los campos, Teotiste Cabello Pimienta y su esposo, Evaristo Gutiérrez Araújo, se hicieron padres de Gustavo Gutiérrez Cabello, un pelado flaco que estudiaría en colegio católico y que, 23 años después, le pondría otra letra al folclor vallenato.

Un recorrido por su origen indica que a diez metros de su casa estaba el patrono de Valledupar, el Santo Ecce Homo, al que su mamá lo encomendó. A los 12 años, y seguro de que llevaba la bendición del Santo, Gustavo salía a la calle, llegaba al teatro y si entraba de último su tarea era trancar la puerta. Jugaba fútbol, iba al río. Tocaba guitarra y acordeón. Prefería la clase de ‘preceptiva literaria’ sobre cualquier otra. Escuchaba con su papá los LP del poeta colombiano Jorge Robledo Ortiz y del también escritor Antonio Comas, conocido como ‘el Indio’ Duarte. Cuando creció, parrandeaba con Consuelo Araújo Noguera, Jaime Molina, Gabriel García Márquez y cantaba rancheras, boleros, bambuco, vallenato. Su adolescencia y juventud estuvieron acompañadas de poesía, mujeres, trago, guitarra y acordeón.

Sus ojos café oscuro, su piel morena y lisa y sus oídos privilegiados que atendían más a la poesía que a la prosa, atesoraban los recuerdos que años después sus largas manos convertirían en estrofas. Como esta de la canción Paisaje de sol: "Qué bello es el cielo / en la tierra mía / y el paisaje crece / crece en lejanía".

Gustavo quería estudiar piano o guitarra. Su deseo de siempre, el que impulsaba con la guitarra que aprendió a tocar a los 13 años, era ser músico. Pero también, en algún rincón de su casa, reposa un diploma de administración de empresas. Cuando terminó sus estudios en la EAN de Bogotá, fue nombrado director de turismo del Cesar durante 5 años y en ese tiempo organizó cinco Festivales de la Leyenda Vallenata. Su amistad con Cecilia Caballero, la esposa del entonces gobernador del departamento, Alfonso López Michelsen, le ayudó a promover los festivales en el interior del país. Pero Gustavo estaba frustrado. Durante estos años no pudo componer canciones. Además, y como cuenta hoy resguardado de una lluvia bogotana en el lobby de un hotel, "no había plata pa’ nada".

Gustavo, cansado, renunció a su cargo. Y solo un mes después de hacerlo compuso Tanto que te canto, una canción que tres meses después sería grabada por la Billo’s Caracas Boys. Tiempo más tarde, los hermanos Zuleta hicieron lo propio. Gustavo estaba en el ruedo.

Dos meses después de Tanto que te canto, Gustavo compuso Así fue mi querer. Luego vinieron Mi niño se creció, Sin medir distancias y Camino largo, interpretadas por Diomedes Díaz, y No pude más, entonada por Jorge Celedón. Sus composiciones engrosaron una lista de más de 100 canciones. Recibió premios y condecoraciones de la Cámara de Representantes de la República, de CBS (Columbia Records), de la Alcaldía de Bucaramanga. Ganó en dos ocasiones el premio a la canción inédita del Festival de la Leyenda Vallenata, primero con Rumores de viejas voces en 1969, y luego con Paisaje de sol, en 1982.

El ‘Flaco de oro’ llegó a la cima. Pero en 1998, justo cuando se encontraba en la cresta de la ola, dejó de componer.

El vallenato es el sentir de un pueblo, es una serie de historias capturadas en canciones que permanezcan en el tiempo en clave de sol. Y huele a puro Old Parr. Sorprende que en un ambiente parrandero, en el que priman los personajes de excesos como Diomedes Díaz, esté la figura de Gustavo, medida, silenciosa, y que por su garganta ya no baje ni una sola gota de trago.

Aunque es cierto, en su memoria permanecen intactas parrandas inolvidables. Una, probablemente la más memorable para él, fue con ‘la Cacica’. Durante tres días la casa de Consuelo Araújo Noguera se estremeció. El sancocho de gallina preparado debajo de un palo de mango rindió para todos los invitados, lo mismo el Old Parr. Gustavo recuerda a Gabriel García Márquez, Álvaro Cepeda Samudio y a Fabio Lozano Simonelli como parte del jolgorio. "Esa parranda no se me olvida a mí nunca –dice y baja la mirada–. Hubo comida, buena música, de todo…".

Pero hoy, a 15° C de temperatura en Bogotá, donde tuvo lugar la entrevista, y forrado con una chaqueta negra de cuero, Gustavo mira al suelo. En la mirada se le adivina nostalgia. Dice: "Hoy en día Valledupar está muy violenta. Yo añoro otra época… A mí me gusta vivir en un pueblo apacible, que haya tolerancia, que todo el mundo se conozca, sea amigo. Ese fue el concepto con el que yo crecí y voy a morir con él. Pero te cuento que a mi casa se han metido los ladrones dos veces. La primera vez me amarraron, al hijo y a la mujer. Nos robaron. Y un año después se volvieron a meter otra vez".

Luego de un silencio corto, exclama: "Sí, añoro el tiempo pasado".

En 1963, la constante amenaza de lluvia en Bogotá obligaba a Gustavo a andar con sombrilla y a usar gabanes con botones grandes. Estudiaba administración de empresas en la EAN, tomaba tinto varias veces al día y escribía cartas de amor para una novia que se había quedado en su Valledupar.

Y él mandaba cartas y las cartas no recibían respuesta. Uno de sus compadres le escribió desde allá: "No le escribas más, que se va a casar". Fue por esto y por nada más que se le ocurrió la que probablemente ha sido su canción más recordada, cantada después por Alfredo Gutiérrez, Carlos Vives y Alfonso ‘Poncho’ Zuleta, y el primer éxito de su carrera: Confidencia.

"Gustavo Gutiérrez canta / en Valledupar cuando sale el sol / para ‘compará’ este encanto / solo tu mirar divino mi amor / Si pudiera volver al pasado / en confidencia disfrutaría / de tus besos con mayor encanto / y en confidencia te pediría… ".

En adelante, más desamores, más mujeres, más parrandas. Canciones con estribillos románticos que les hablan a las decepciones, a la belleza, a la tierra, a los caminos; canciones cargadas con el calor de Valledupar. Composiciones como Te quiero porque te quiero o Aquella tarde, que después serían grabadas por cantantes de la nueva ola y que en el 2008 llevarían al cantante Peter Manjarrés a recibir un Grammy Latino. Éxitos que sugirieron la creación de un quinto aire musical, adicional a los conocidos puya, merengue, paseo y son, al que denominarían romance.

En los Festivales Vallenatos, las canciones que concursan en Valledupar son de melodías cortas. En los 4 minutos que le dan al acordeonero, él tiene la oportunidad de lucirse y derrochar sus mejores notas y, claro, no se analiza la canción sino la interpretación. Fue por esto que Alfonso López Michelsen, Rafael Escalona y ‘Nacho’ Urbina presentaron una propuesta que, al final, beneficiaba a Gustavo Gutiérrez: la creación de un quinto aire. Y lo favorecía porque lo consideraban el creador del estilo. A pesar de esto, Gustavo nunca estuvo de acuerdo y todavía hoy, cuando se le pregunta por esto, asegura que "no le veo fundamento. Lo que yo probé con mi música es que haciendo versos finos se puede hacer folclor también". Y lo suyo es vallenato. Punto.

Gustavo Gutiérrez dice: "Yo creo que hice una gran contribución. El folclor de un país debe tener distintos matices, no solamente la crónica, la narración, sino también el romanticismo. Yo me hice un propósito: al principio, me decían los amigos que eso iba a fracasar, que cómo iba a ponerle poesía profunda o filosofía a la letra de una música folclórica. Pero yo pensaba que en Argentina están las zambas, las milongas que cantaban Atahualpa y Mercedes Sosa. Yo les decía: ‘Miren, esa es música popular de la Argentina. Miren cómo le cantan al río… en el vallenato también se puede hacer eso’".

Jenny Leonor Armenta Gómez acordó una cita para entrevistar a Gustavo en el Festival Vallenato de 1989. Ella, periodista del Caribe, ya estaba enamorada de sus canciones. Él, compositor consagrado, disfrutaba de sus buenos momentos de cantante. Y seguramente cuando se encontraron algo hubo, porque luego Gustavo invitó a Jenny y a sus amigas a una caseta. Llegaron el cruce de miradas, el roce de manos y poquito a poco se fueron enamorando. Se quisieron tanto, que el amor les alcanzó para estar dos años de novios, 23 de esposos, tener dos hijos y permanecer juntos hasta hoy.

"¿Sabes a qué edad me casé yo? –interpela Gustavo–. A los 51 años. Ya a esa edad tiene uno que recogerse, y no me arrepiento; fue la mejor decisión. Se murió mi mamá, se murió mi papá… estaría yo ahora viviendo solo o al lado de una hermana. Yo mejor formé mi hogar y vivo muy contento con Jenny".

Se acerca el final del verso. La Leyenda baja del escenario con una rosa en la mano, el micrófono en la otra y luce sereno. Del Gustavo preocupado por la falta de audiencia no queda nada. Ahora, hay una imagen enajenada dentro de sus propias canciones. Afuera, sus cantos envuelven a una tribuna que completa las sillas del teatro. Gustavo se entrega en cada nota con devoción: cierra los ojos, abre los brazos, canta como quien escupe palabras cuidadas y enamoradas. Termina su presentación y la ovación del público le provoca una sonrisa. El compositor recibe los aplausos y con pausa se repliega en el camerino.

Gustavo seguirá cantando hasta que pueda. Y sus sones, como toda primera piedra puesta en una construcción, serán cimiento para el vallenato que aspire al romance.

Fuente: ElTiempo.com

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