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Hablando de Armando Zabaleta

Fuente: elpaisvallenato.com | Fecha: 2010-06-10 | Visitas: 3035

Hablando de Armando Zabaleta

Nunca en la vida he podido olvidar ese Festival Vallenato cuando acompañada de los colegas Albita Quintero y José Orellano, -que para entonces cubría la fiesta de acordeones para El Heraldo- en la emblemática Plaza Alfonso López, presenciamos de uno de los más sublimes espectáculos musicales de dos colosos del folclor, que a dúo le regalaban poesía al publico vallenato y a los foráneos que llegaron a gozarse el festival.

En la Tarima Francisco el Hombre, se encontraban Gustavo Gutiérrez “El flaco de oro”, junto al maestro Armando Zabaleta, quien pese a que ya estaba aquejado por su enfermedad, desafío al Parkinson y comenzó a cantar con mucho sentimiento, mientras todo su cuerpo se movía involuntariamente llevado por los caprichos de ese mal, que el martes 8 de junio en Barranquilla, acabó con su vida.

La Plaza entera se silenció, mientras el maestro cantaba y uno de los más aventajados alumnos de esos grandes compositores, le hacía el coro.

La Plaza se silenció y no era para menos, ese “No voy a Patillal porque me mata la tristeza al ver que en ese pueblo, fue donde murió un amigo mí”, entonado con sentimiento por su mismo autor, le desbordó el sentimiento al gran ‘Tavo’ Gutiérrez, que soltó el llanto en medio del canto, en medio de la alegría, en medio de la enfermedad, en medio del dolor y el recuerdo; en medio de la amalga de emociones que sinteticé en esa sola frase, que en susurro le dije a Orellano y que logró sacarlo de ese letargo que de no interrumpirlo también hubiese terminado desbordado.

“Lloró la Malena”
_ José, lloró la Malena_
_ Mira como está ‘Tavo’ de sensible, mira como sigue llorando La Malena_
_Hermana que frase tan significativa y tan acorde para el momento, es cierto, lloró La Malena_

Orellano, entendía perfectamente a que me refería, sabía que La Malena, ese pequeño manantial, que abasteció de agua durante años a Patillal, uno de los distintivos más queridos de la tierra de Escalona, de Freddy Molina, Octavio Daza, de la tierra de Hernandito de Molina, de ‘El Turco’ y Darío Pavajeau y de muchos otros hombres ilustres, en ese momento se materializaba en forma de llanto por las mejillas del gran Gustavo Gutiérrez, que lloraba de sentimiento e impotencia porque a Zabaleta ya no lo estaba matando la tristeza, se lo estaba llevando de la vida el maldito párkinson.

Y no sólo fue el ‘Flaco de Oro’, toda la Plaza Alfonso López se untó de efecto y sacó pañuelos blancos sacudiéndoles hasta el cansancio para acompañar esa voz; como lo hizo la Plaza de Barrancas Guajira, el día que Urbina Joiro en un Festival del Carbón, venció en franca lid a Hernando Marín, al decretar en su canto, que el amor también canta vallenato.

Cuando ya el cantor del Molino, el cantor de Macondo, el cantor de la vida, casi se despedía recordándonos “……que el tiempo/ que se va no regresa/ sólo queda el recuerdo/ de las cosas queridas”, el silencio se fue apoderando de los presentes y el recuerdo de ese lindo y emotivo momento se quedó enredado en la noche, esa noche de festival que jamás he podido borrar de mi ayer.

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Hablando de Armando Zabaleta

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Hablando de Armando Zabaleta

Nunca en la vida he podido olvidar ese Festival Vallenato cuando acompañada de los colegas Albita Quintero y José Orellano, -que para entonces cubría la fiesta de acordeones para El Heraldo- en la emblemática Plaza Alfonso López, presenciamos de uno de los más sublimes espectáculos musicales de dos colosos del folclor, que a dúo le regalaban poesía al publico vallenato y a los foráneos que llegaron a gozarse el festival.

En la Tarima Francisco el Hombre, se encontraban Gustavo Gutiérrez “El flaco de oro”, junto al maestro Armando Zabaleta, quien pese a que ya estaba aquejado por su enfermedad, desafío al Parkinson y comenzó a cantar con mucho sentimiento, mientras todo su cuerpo se movía involuntariamente llevado por los caprichos de ese mal, que el martes 8 de junio en Barranquilla, acabó con su vida.

La Plaza entera se silenció, mientras el maestro cantaba y uno de los más aventajados alumnos de esos grandes compositores, le hacía el coro.

La Plaza se silenció y no era para menos, ese “No voy a Patillal porque me mata la tristeza al ver que en ese pueblo, fue donde murió un amigo mí”, entonado con sentimiento por su mismo autor, le desbordó el sentimiento al gran ‘Tavo’ Gutiérrez, que soltó el llanto en medio del canto, en medio de la alegría, en medio de la enfermedad, en medio del dolor y el recuerdo; en medio de la amalga de emociones que sinteticé en esa sola frase, que en susurro le dije a Orellano y que logró sacarlo de ese letargo que de no interrumpirlo también hubiese terminado desbordado.

“Lloró la Malena”
_ José, lloró la Malena_
_ Mira como está ‘Tavo’ de sensible, mira como sigue llorando La Malena_
_Hermana que frase tan significativa y tan acorde para el momento, es cierto, lloró La Malena_

Orellano, entendía perfectamente a que me refería, sabía que La Malena, ese pequeño manantial, que abasteció de agua durante años a Patillal, uno de los distintivos más queridos de la tierra de Escalona, de Freddy Molina, Octavio Daza, de la tierra de Hernandito de Molina, de ‘El Turco’ y Darío Pavajeau y de muchos otros hombres ilustres, en ese momento se materializaba en forma de llanto por las mejillas del gran Gustavo Gutiérrez, que lloraba de sentimiento e impotencia porque a Zabaleta ya no lo estaba matando la tristeza, se lo estaba llevando de la vida el maldito párkinson.

Y no sólo fue el ‘Flaco de Oro’, toda la Plaza Alfonso López se untó de efecto y sacó pañuelos blancos sacudiéndoles hasta el cansancio para acompañar esa voz; como lo hizo la Plaza de Barrancas Guajira, el día que Urbina Joiro en un Festival del Carbón, venció en franca lid a Hernando Marín, al decretar en su canto, que el amor también canta vallenato.

Cuando ya el cantor del Molino, el cantor de Macondo, el cantor de la vida, casi se despedía recordándonos “……que el tiempo/ que se va no regresa/ sólo queda el recuerdo/ de las cosas queridas”, el silencio se fue apoderando de los presentes y el recuerdo de ese lindo y emotivo momento se quedó enredado en la noche, esa noche de festival que jamás he podido borrar de mi ayer.

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Nunca en la vida he podido olvidar ese Festival Vallenato cuando acompañada de los colegas Albita Quintero y José Orellano, -que para entonces cubría la fiesta de acordeones para El Heraldo- en la emblemática Plaza Alfonso López, presenciamos de uno de los más sublimes espectáculos musicales de dos colosos del folclor, que a dúo le regalaban poesía al publico vallenato y a los foráneos que llegaron a gozarse el festival.

En la Tarima Francisco el Hombre, se encontraban Gustavo Gutiérrez “El flaco de oro”, junto al maestro Armando Zabaleta, quien pese a que ya estaba aquejado por su enfermedad, desafío al Parkinson y comenzó a cantar con mucho sentimiento, mientras todo su cuerpo se movía involuntariamente llevado por los caprichos de ese mal, que el martes 8 de junio en Barranquilla, acabó con su vida.

La Plaza entera se silenció, mientras el maestro cantaba y uno de los más aventajados alumnos de esos grandes compositores, le hacía el coro.

La Plaza se silenció y no era para menos, ese “No voy a Patillal porque me mata la tristeza al ver que en ese pueblo, fue donde murió un amigo mí”, entonado con sentimiento por su mismo autor, le desbordó el sentimiento al gran ‘Tavo’ Gutiérrez, que soltó el llanto en medio del canto, en medio de la alegría, en medio de la enfermedad, en medio del dolor y el recuerdo; en medio de la amalga de emociones que sinteticé en esa sola frase, que en susurro le dije a Orellano y que logró sacarlo de ese letargo que de no interrumpirlo también hubiese terminado desbordado.

“Lloró la Malena”
_ José, lloró la Malena_
_ Mira como está ‘Tavo’ de sensible, mira como sigue llorando La Malena_
_Hermana que frase tan significativa y tan acorde para el momento, es cierto, lloró La Malena_

Orellano, entendía perfectamente a que me refería, sabía que La Malena, ese pequeño manantial, que abasteció de agua durante años a Patillal, uno de los distintivos más queridos de la tierra de Escalona, de Freddy Molina, Octavio Daza, de la tierra de Hernandito de Molina, de ‘El Turco’ y Darío Pavajeau y de muchos otros hombres ilustres, en ese momento se materializaba en forma de llanto por las mejillas del gran Gustavo Gutiérrez, que lloraba de sentimiento e impotencia porque a Zabaleta ya no lo estaba matando la tristeza, se lo estaba llevando de la vida el maldito párkinson.

Y no sólo fue el ‘Flaco de Oro’, toda la Plaza Alfonso López se untó de efecto y sacó pañuelos blancos sacudiéndoles hasta el cansancio para acompañar esa voz; como lo hizo la Plaza de Barrancas Guajira, el día que Urbina Joiro en un Festival del Carbón, venció en franca lid a Hernando Marín, al decretar en su canto, que el amor también canta vallenato.

Cuando ya el cantor del Molino, el cantor de Macondo, el cantor de la vida, casi se despedía recordándonos “……que el tiempo/ que se va no regresa/ sólo queda el recuerdo/ de las cosas queridas”, el silencio se fue apoderando de los presentes y el recuerdo de ese lindo y emotivo momento se quedó enredado en la noche, esa noche de festival que jamás he podido borrar de mi ayer.

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