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VolverPasión Vallenata
Fuente: Natalia Springer - Eltiempo.com | Fecha: 2007-09-03 | Visitas: 2125
Esa música que me ha convencido de que el destino de Colombia no puede ser otro que el de la paz y la libertad.
Para empezar este mes del amor y la amistad con buenos augurios, y a sabiendas de que del amor solo se habla en nombre propio, hoy les voy a contar una historia muy personal.
Lo confieso: solía odiar el vallenato. Ignorante en el tema, era una más entre aquellos que consideraban esta una música vulgar y estridente, muy lejana de los aires clásicos, sofisticados y graciosos entre los que crecí.
Así fue hasta una noche de luna clara en la que se apareció en mi ventana un querido amigo con otros diez, equipados con acordeones y cajas, y esto fue lo que cantó: "¡Si tú de verdad me quieres, demuéstramelo, Por Dios, hacelo pronto y no dejes que acaben con nuestro amor! ¡Yo estoy dispuesto a brindarte mi vida y mi corazón, y eso es para demostrarte lo que te quiero, por Dios, ¡que Dios me quitare la vida si no te quiero! (...)". Aquello fue el flechazo más fatal de mi vida. Entre el amigo y yo no pasó nada, pero del amor por el vallenato jamás he conseguido recuperarme.
Fue a través del vallenato como conocí esas tierras, el valle, la sierra, el monte y el desierto. Es un ritmo soberbio y franco, cadente, a veces dulce y a veces arrebatado, no por voluntad, sino porque así es el amor y porque los hombres vallenatos no se andan con rodeos: ellos declaran su querer resueltamente y se sienten seguros de que su trova es capaz de derretir fronteras insalvables y a los orgullos más inaccesibles.
Esa música me salvó de sucumbir muchas veces en la adversidad y en la tristeza y me ha convencido de que el destino de Colombia no puede ser otro que el de la paz y la libertad.
Pero, díganme ustedes, ¿cómo no soñar con la paz de este país oyéndole a Celedón recordarnos el olor de la mañana y lo bonita que es la vida? ¿O como evitar dolerse tanto por una pena de amor como para desear que "la tierra girara al revés para hacerme pequeño y volver a nacer, y no tener que volver a extrañarte (...)"? ¿O quién no ha saboreado un beso que le supo a fruta fresca, que se escapó de los labios "y se metió en mi cabeza"?
Pero lo mejor de esta historia está aún por venir. Hace poco, y por una gentil invitación de trabajo, tuve la oportunidad de conocer Valledupar. Debí intuirlo, es cierto, pero hoy creo que ni la Providencia habría podido salvarme. Metí los pies en el río Guatapurí, a sabiendas de que sus aguas sagradas que bajan heladas de la sierra presagian que el que "allí se moja, allá se queda" y luego escuché cantar por primera vez en vivo a dos grandes reyes, don Poncho Zuleta y el Cocha Molina, y entre los dos armaron una como si el mundo fuera a acabarse.
Al otro día, temprano, como lo había esperado, vi la Sierra Nevada y no pude contener la emoción. Al final, entendí que mi destino estaba amarrado al de esta tierra, porque uno no se siente capaz de separarse de tanta belleza, y por eso, desde ese día, mi corazón es vallenato.
* * * *
Quisiera felicitar a todos los miembros de la Brigada Décima Blindada de Valledupar en su aniversario, por los notables avances en seguridad, que les han permitido a estas tierras volver a recuperar la alegría para seguir celebrando.
* * * *
Escríbanme y cuéntenme cuál es su vallenato favorito a:
desurasur@gmail.com
Natalia Springer
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Fuente: Natalia Springer - Eltiempo.com | Fecha: 2007-09-03 | Visitas: 2125
Esa música que me ha convencido de que el destino de Colombia no puede ser otro que el de la paz y la libertad.
Para empezar este mes del amor y la amistad con buenos augurios, y a sabiendas de que del amor solo se habla en nombre propio, hoy les voy a contar una historia muy personal.
Lo confieso: solía odiar el vallenato. Ignorante en el tema, era una más entre aquellos que consideraban esta una música vulgar y estridente, muy lejana de los aires clásicos, sofisticados y graciosos entre los que crecí.
Así fue hasta una noche de luna clara en la que se apareció en mi ventana un querido amigo con otros diez, equipados con acordeones y cajas, y esto fue lo que cantó: "¡Si tú de verdad me quieres, demuéstramelo, Por Dios, hacelo pronto y no dejes que acaben con nuestro amor! ¡Yo estoy dispuesto a brindarte mi vida y mi corazón, y eso es para demostrarte lo que te quiero, por Dios, ¡que Dios me quitare la vida si no te quiero! (...)". Aquello fue el flechazo más fatal de mi vida. Entre el amigo y yo no pasó nada, pero del amor por el vallenato jamás he conseguido recuperarme.
Fue a través del vallenato como conocí esas tierras, el valle, la sierra, el monte y el desierto. Es un ritmo soberbio y franco, cadente, a veces dulce y a veces arrebatado, no por voluntad, sino porque así es el amor y porque los hombres vallenatos no se andan con rodeos: ellos declaran su querer resueltamente y se sienten seguros de que su trova es capaz de derretir fronteras insalvables y a los orgullos más inaccesibles.
Esa música me salvó de sucumbir muchas veces en la adversidad y en la tristeza y me ha convencido de que el destino de Colombia no puede ser otro que el de la paz y la libertad.
Pero, díganme ustedes, ¿cómo no soñar con la paz de este país oyéndole a Celedón recordarnos el olor de la mañana y lo bonita que es la vida? ¿O como evitar dolerse tanto por una pena de amor como para desear que "la tierra girara al revés para hacerme pequeño y volver a nacer, y no tener que volver a extrañarte (...)"? ¿O quién no ha saboreado un beso que le supo a fruta fresca, que se escapó de los labios "y se metió en mi cabeza"?
Pero lo mejor de esta historia está aún por venir. Hace poco, y por una gentil invitación de trabajo, tuve la oportunidad de conocer Valledupar. Debí intuirlo, es cierto, pero hoy creo que ni la Providencia habría podido salvarme. Metí los pies en el río Guatapurí, a sabiendas de que sus aguas sagradas que bajan heladas de la sierra presagian que el que "allí se moja, allá se queda" y luego escuché cantar por primera vez en vivo a dos grandes reyes, don Poncho Zuleta y el Cocha Molina, y entre los dos armaron una como si el mundo fuera a acabarse.
Al otro día, temprano, como lo había esperado, vi la Sierra Nevada y no pude contener la emoción. Al final, entendí que mi destino estaba amarrado al de esta tierra, porque uno no se siente capaz de separarse de tanta belleza, y por eso, desde ese día, mi corazón es vallenato.
* * * *
Quisiera felicitar a todos los miembros de la Brigada Décima Blindada de Valledupar en su aniversario, por los notables avances en seguridad, que les han permitido a estas tierras volver a recuperar la alegría para seguir celebrando.
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Escríbanme y cuéntenme cuál es su vallenato favorito a:
desurasur@gmail.com
Natalia Springer
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Esa música que me ha convencido de que el destino de Colombia no puede ser otro que el de la paz y la libertad.
Para empezar este mes del amor y la amistad con buenos augurios, y a sabiendas de que del amor solo se habla en nombre propio, hoy les voy a contar una historia muy personal.
Lo confieso: solía odiar el vallenato. Ignorante en el tema, era una más entre aquellos que consideraban esta una música vulgar y estridente, muy lejana de los aires clásicos, sofisticados y graciosos entre los que crecí.
Así fue hasta una noche de luna clara en la que se apareció en mi ventana un querido amigo con otros diez, equipados con acordeones y cajas, y esto fue lo que cantó: "¡Si tú de verdad me quieres, demuéstramelo, Por Dios, hacelo pronto y no dejes que acaben con nuestro amor! ¡Yo estoy dispuesto a brindarte mi vida y mi corazón, y eso es para demostrarte lo que te quiero, por Dios, ¡que Dios me quitare la vida si no te quiero! (...)". Aquello fue el flechazo más fatal de mi vida. Entre el amigo y yo no pasó nada, pero del amor por el vallenato jamás he conseguido recuperarme.
Fue a través del vallenato como conocí esas tierras, el valle, la sierra, el monte y el desierto. Es un ritmo soberbio y franco, cadente, a veces dulce y a veces arrebatado, no por voluntad, sino porque así es el amor y porque los hombres vallenatos no se andan con rodeos: ellos declaran su querer resueltamente y se sienten seguros de que su trova es capaz de derretir fronteras insalvables y a los orgullos más inaccesibles.
Esa música me salvó de sucumbir muchas veces en la adversidad y en la tristeza y me ha convencido de que el destino de Colombia no puede ser otro que el de la paz y la libertad.
Pero, díganme ustedes, ¿cómo no soñar con la paz de este país oyéndole a Celedón recordarnos el olor de la mañana y lo bonita que es la vida? ¿O como evitar dolerse tanto por una pena de amor como para desear que "la tierra girara al revés para hacerme pequeño y volver a nacer, y no tener que volver a extrañarte (...)"? ¿O quién no ha saboreado un beso que le supo a fruta fresca, que se escapó de los labios "y se metió en mi cabeza"?
Pero lo mejor de esta historia está aún por venir. Hace poco, y por una gentil invitación de trabajo, tuve la oportunidad de conocer Valledupar. Debí intuirlo, es cierto, pero hoy creo que ni la Providencia habría podido salvarme. Metí los pies en el río Guatapurí, a sabiendas de que sus aguas sagradas que bajan heladas de la sierra presagian que el que "allí se moja, allá se queda" y luego escuché cantar por primera vez en vivo a dos grandes reyes, don Poncho Zuleta y el Cocha Molina, y entre los dos armaron una como si el mundo fuera a acabarse.
Al otro día, temprano, como lo había esperado, vi la Sierra Nevada y no pude contener la emoción. Al final, entendí que mi destino estaba amarrado al de esta tierra, porque uno no se siente capaz de separarse de tanta belleza, y por eso, desde ese día, mi corazón es vallenato.
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Quisiera felicitar a todos los miembros de la Brigada Décima Blindada de Valledupar en su aniversario, por los notables avances en seguridad, que les han permitido a estas tierras volver a recuperar la alegría para seguir celebrando.
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