Alejo Durán sigue vigente veinte años después de su muerte.
Fuente: GUDILFREDO AVENDAÑO MÉNDEZ - Especial para EL TIEMPO PLANETA RICA (CÓRDOBA) | Fecha: 2009-11-17 | Visitas: 8401
El 15 de noviembre de 1989 falleció en la clínica Unión de Montería, Gilberto Alejandro Durán Díaz, víctima de la diabetes
Muchos son los recuerdos que aún permanecen intactos en la memoria de amigos y familiares de Alejandro Durán Díaz, el 'Negro Grande del Acordeón', como era conocido este juglar del folclor vallenato, quien hoy cumple 20 años de fallecido.
En Planeta Rica, un municipio del fértil valle del Sinú en Córdoba, Durán pasó los últimos 30 años de su vida.
Allí todavía vive José Tapia Fontalvo, el guacharaquero de su conjunto y su amigo inseparable desde 1957, cuando Alejo lo invitó para que lo acompañara a una actuación en Sahagún, ya que el ejecutante titular del instrumento se había enfermado.
Tapia guarda celosamente, como su tesoro más preciado, un álbum fotográfico con imágenes de su ídolo, captadas en diferentes momentos artísticos y personales.
"Cada una me recuerda una anécdota vivida con Alejo", dice con un dejo de tristeza que estas dos décadas no han logrado aplacar.
La que más se le viene a la memoria es la del viaje que hicieron a Estados Unidos días después de que Alejo Durán lo coronaran como el primer Rey del Festival de la Leyenda Vallenata en 1968.
"Fue el primer artista colombiano en presentarse en el majestuoso Madison Square Garden de Nueva York, estrenando el triunfo del que se constituiría después en el gran concurso musical del folclor costeño", manifiesta Tapia.
El día de la actuación, antes del concierto, los cuatro músicos de la agrupación salieron con Durán a conocer la ciudad.
"Alejo iba exhibiendo orgulloso su inseparable sombrero vueltiao en medio del bullicio de transeúntes y vehículos en las congestionadas vías neoyorkinas. De repente una mujer gringa se le acercó y le pidió tomarse una foto con ella, atraída tal vez por la estampa de aquel moreno al que no dejaba de admirarle el sombrero elaborado por los indios Zenúes de Córdoba", dice Tapia en medio del calor insoportable de Planeta Rica.
Y añade: "Como buen mujeriego Durán no perdió la oportunidad para coquetearle a aquella mujer de ojos azules y cabellos rubios. Hasta le pidió que se regresaran juntos a Colombia, pero ella, quizás sin entender una sola de las palabras, le respondió con una sonrisa, le dio un beso y se marchó.
"Ese detalle de la gringuita lo emocionó, y prometió que le compondría una canción, pero no sé si lo hizo, porque nunca se la escuché", relata el guacharaquero.
Esa misma tarde un colombiano residente en Estados Unidos lo reconoció al verlo pisar el concreto de aquel mundo desconocido para el juglar, y al igual que la gringa, pidió fotografiarse con él.
"Durán siempre fue el mismo, no cambiaba su estilo y jamás permitió que la fama se le subiera a la cabeza, como hacen los artistas de hoy en día", comenta también Tapia.
A todas sus presentaciones musicales las consideraba igual de importantes, y por eso después de actuar en el fastuoso Madison Square Garden, no tuvo reparos para tocar en una procesión en un pueblo recóndito de Bolívar llamado Pasacaballos.
Allí un nativo de esa zona le pidió como último deseo que el conjunto de Alejo Durán tocara en su sepelio camino al cementerio, señala Tapia.
"Por compromisos adquiridos con anterioridad, Durán no pudo cumplir la voluntad del finado, pero sí participó en una procesión donde los habitantes de este pueblo, sumido en la pobreza y en medio de barrizales, acompañaron a los músicos, quienes tocaron montados a caballos.
"Ese toque fue gratis, porque a los muertos no se les cobra", dijo Alejo a sus compañeros de conjunto al final del funeral.
La última parranda
José Tapia nunca se rehusó a acompañarlo a sus presentaciones, a excepción del 11 de noviembre de 1989, cuando fue invitado a tocar en el Festival de Acordeoneros y Compositores de Chinú (Córdoba), que sería la última presentación en público de Durán.
Horas antes del toque el médico Omar González Anaya, amigo de Durán, le recomendó mantenerse en reposo debido a su delicado estado de salud.
Tapia asumió como suya la recomendación, pero Alejo, no.
"Usted sabe que el toro bueno muere en la plaza", respondió Durán ante la inútil súplica de su guacharaquero para que permaneciera en casa.
Dos días después de aquella actuación fue internado en la clínica Unión de Montería, donde el 15 de noviembre de ese año falleció debido a la diabetes.
Su cuerpo fue despedido en Planeta Rica por una multitud que lo aclamó como Rey de Reyes por fuera de las competencias musicales.
Su acordeón lo acompañó hasta la última morada, tal como lo pidió en una de sus canciones más escuchadas: Mi Pedazo de Acordeón: "Por si acaso yo me muero / les vengo a pedí un favor / Me llevan al cementerio este pedazo de acordeón".
Músico y prestamista
El negro Alejo mantuvo lucidez hasta el día de su muerte.
Postrado en su cama de enfermo le pidió a Tapias que les cobrara a un par de amigos 150 mil pesos que le debían desde meses atrás.
No eran deudas de parrandas, pues Alejo no solo ejecutaba el acordeón, sino también hacía rendir sus finanzas por medio de préstamos al interés.
"Yo llevé la razón a los deudores, pero no sé sí le pagaron antes de morirse", comenta Tapias, quien en tono jocoso asegura que de no ser así, el difunto habría cobrado con apariciones y jalones de pelo en las noches a sus morosos.
El fiel guacharaquero no ha dejado de visitar la tumba de su maestro.
A veces, cuando el silencio embarga el camposanto donde reposan sus restos, Tapia afirma que escucha las notas de canciones como Fidelina, Alto del Rosario, Alicia adorada y la preferida de Alejo, Rosario, una canción que no tuvo eco en las emisoras ni en las tarimas, pero sí un significado importante para Durán, porque estaba dedicada a una joven que conoció en su travesía por Chiriguaná (César), con quien tuvo un amor fugaz.
La mujer que lo acompañó hasta la muerte
Gloria Dussan fue la última de las tantas mujeres que tuvo y quien le concibió 3 de los 24 hijos que engendró.
De origen campesino, esta mujer cordobesa, ahora de 59 años, es de pocas palabras, pero recuerda que se enamoró de Alejo sin conocerlo.
"Sus canciones eran más que coqueteos, porque yo las escuchaba y sentía que eran para mí", explica Gloria, quien se flechó de él a los 20 años.
Aunque prefiere no revelar detalles de su amor por Durán, Gloria sostiene que era más valioso como persona que como músico.
Un estilo único
Alejo Durán tenía un estilo único y propio. Fue compositor, músico y cantante, lo que le mereció el respeto de miles de seguidores que lo calificaban como el juglar y patriarca del folclor costeño.
Su alta estatura, su porte de hombre recio pero amable y su sombrero vueltiao, sin el cual no dejaba que le tomaran fotos, fueron su carta de presentación fuera de las tarimas.
Era reconocido en los buses veredales, en las calles de los pueblos que recorría y hasta en grandes ciudades como Nueva York y México, a donde llevó su música de acordeón.
El repertorio
Mi pedazo de acordeón, Fidelina, La cachucha bacana, 039, Alto del Rosario y El verano, forman parte del repertorio de canciones de Alejo Durán, y que siguen sonando en emisoras, en parrandas y cantinas de los pueblos costeños.
Las notas de su acordeón y su voz pausada y grave caracterizaron sus canciones que contenían historias de amoríos y anécdotas vividas a lo largo de sus 70 años de existencia.
Su infancia en El Paso (Cesar), su tierra natal, estuvo rodeada de música ancestral con tambores, que mantenían viva la cultura de los cimarrones de la época de la esclavitud.
Ya en la adolescencia experimentó el gusto por el acordeón, el cual combinaba con los trabajos de vaquería, al cual se dedicó desde temprana edad.
Hijo De Martín Elías Ganó Su Primer Congo De Oro
La Nueva Colaboración De Carín León Y Silvestre Dangond
Sergio Luis Anuncia Separación Con Ana Del Castillo
Festival De La Leyenda Vallenata Tendrá Concursantes De...
Iván Villazón Llenó Lourdes Music Hall En Bogotá
Jorge Celedón Regresa Al Festival De La Leyenda Vallenata