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Los tres amores que dejó Juancho Rois

Fuente: Boletín de prensa | Fecha: 2010-11-22 | Visitas: 9644

Los tres amores que dejó Juancho Rois

Dieciséis años de su partida - Los tres amores que dejó Juancho Rois

Por Juan Rincón Vanegas
juanrinconv@hotmail.com

El rostro de Dalia Esther Zúñiga sigue recibiendo con estoicismo las lágrimas que comenzaron a derramarse desde la noche del lunes 21 de noviembre de 1994, cuando murió su hijo Juan Humberto Rois Zúñiga, Juancho Rois.

En su casa de San Juan del Cesar, La Guajira, todo gira en torno al célebre acordeonista que impuso su estilo y que en vida dio la más grande muestra de calidez humana. Tiene un cuarto, museo lo llama ella, con cuadros de la vida y obra musical del artista.

Están los momentos gloriosos al lado de familiares y amigos. Todo hace indicar que en San Juan del Cesar, y en ese rincón ubicado en la carrera 10 número 4-27, Juancho Rois está aún vivo.

A la entrada de la casa descuella una imagen a escala de Juancho, dándoles a todos la bienvenida. Tiene un ademán de “todo bien”, la camisa, el pantalón y las botas que más le gustaban.

Dalia se acomoda en su mecedora y comienza a hablar de lo que nunca ha dejado de hablar: de su querido hijo.

“De Juancho Rois tengo todos los recuerdos, principalmente su hijo. Para mí, Juancho Rois no ha muerto. Él sigue viviendo, por eso en este espacio que es mi casa se nota su presencia en todos lados”.

Despacio va sacando todas las reliquias que guarda de su hijo. Y en medio de fotos, discos y centenares de detalles expresa “el último recuerdo que tengo de Juancho fue el día de su matrimonio, que fue el día más feliz de su vida. En esa fecha pasó lo más bonito, nos unimos más nosotros. Cuando él me vio que llegué a Montería, me dijo: me has hecho feliz, porque creí que no venías. Nos abrazamos largamente y me dio un beso”.

En ese preciso momento el dolor se estaciona en su garganta y las lágrimas toman forma de testimonio silencioso en sus ojos y no puede hablar más.

Arrebatando de un tajo el dolor replica: “con Juancho se me fue más de la mitad de mi vida. A Juancho me lo regaló Dios un 25 de diciembre”.

Cuenta que, siendo Juancho niño, ella tuvo que irse a trabajar a Venezuela y dejarlo bajo el cuidado de su familia. “Cuando me fui a trabajar a Maracaibo el primer regalo que le mandé fue un acordeón. Le mandaba ropa y juguetes, pero nunca faltaba el acordeón. Yo pensaba que sería músico por su gran capacidad, pero nunca que alcanzaría la dimensión que tuvo”.

En medio de su relato indica que para su hijo, San Juan del Cesar era lo máximo. Además de ser su patria chica, era su refugio cuando sus compromisos se lo permitían. “Él adoraba a su pueblo. Se caminaba sus calles, jugaba con niños y jóvenes y se iba para los puestos de venta de fritos y les daba empanadas y papas. Ese era su deleite mayor. Ponía en fila a los ‘chanceros’ y le apostaba a cada uno y jugaba hasta con los locos”.

Habla entonces del matrimonio de Juancho y sus ojos se llenan de lágrimas. “Estuve de acuerdo con ese matrimonio porque sabía que con ella iba a conseguir su felicidad. Iba bien casado porque se llevaba una gran mujer y una gran familia. Me duele en el alma que no hubiera disfrutado por mucho tiempo su felicidad y que llegara a su plenitud, que era el nacimiento de su primer hijo. Dios lo llamó sin dejarle conocer a su hijo, del cual se sentía orgulloso y hablaba sin parar de él”.

Después del deceso de Juancho, doña Dalia ha sufrido constantes quebrantos de salud, e incluso el médico le prohibió visitar la tumba de su hijo. A pesar de eso, le envía las flores y pide que le recen, pero en medio de la charla manifiesta que Juancho hace milagros.

“A mi casa llega mucha gente de todas partes a decirme que le pidieron a Juancho Rois y les hizo el milagro. De Barranquilla llegó un señor a conocerme y a decirme que me daba las gracias por haber tenido un hijo tan bueno. Me contó que tenía una grave situación económica y él se la solucionó pidiéndole y pidiéndole a través de oraciones. Yo creo todo eso, porque mi hijo era muy humanitario”.

Sigue hablando y anota que había soñado con su hijo y que le dijo que su vida iba a cambiar. “Me dictó los números 935 y 358, pero nunca le he apostado a la suerte. Para qué, si con Juancho perdí el premio mayor”.

Jenny, su amor

En la vida de Juancho Rois se apareció una bella joven monteriana para llenarlo de enormes ilusiones. La responsable del estreno del más intenso amor en su corazón fue Jenny Cecilia Dereix Guerra, quien recuerda los hechos que hicieron posible el noviazgo y posterior matrimonio con el artista.

El amor nació de una mirada de Juancho a Jenny en una caseta de Montelíbano, Córdoba, y que con el paso de los días se afianzó a pesar de algunos tropiezos. En medio de esos avatares del sentimiento y ante la oposición de los padres de su amada, Juancho no encontró otra salida que decirle en un canto que no entendía, que su amor era más grande que las fuerzas de Sansón y que estaba dispuesto a entregarlo todo para llevarla al altar. Sus razones las enmarcó en un título: ‘Por qué razón’, y le colgó unos versos donde hablaba su corazón.

Jenny estudiaba ingeniería en Bogotá y hasta allá llegaron las muestras de amor de Juancho Rois. Un amor tan inmenso que era capaz de colmar de detalles a su amada. La canción y las palabras sinceras del acordeonero lograron su afecto, y con el viento a favor se casaron –felices y con la bendición de todos– el domingo 16 de octubre de 1994. La iglesia San Pablo Apóstol de Montería fue el lugar donde Juancho y Jenny se juraron amor eterno, pero el destino los separó.

“Fueron 33 días de matrimonio, y recuerdo que cuando le dije que estaba embarazada se puso feliz. Él estaba en grabación y yo fui a darle la noticia. Ese día recuerdo como detalle especial que me compró todas las flores que tenía una vendedora”.

Después de este relato, Jenny se queda callada recogiendo pedazos del ayer, arma el rompecabezas de lo que sin duda son sus mejores recuerdos, acomoda el dolor en su alma y continúa. “Los días eran normales. Caminábamos juntos, nos bañábamos, me acompañaba a la universidad. Éramos muy felices”.

El retoño de Juancho

El niño nació el sábado seis de mayo de 1995 y se le puso el nombre de su padre, Juan Humberto.

Los recuerdos de Juancho siguen revoloteando y su hijo relata que su mamá le cuenta que su papá fue un hombre noble, bueno, amoroso, excelente acordeonista y que le hizo a ella unas bellas canciones. Guarda silencio y de repente sorprende con una sincera declaración: “Yo tenía derecho a conocer a mi papá, nadie sabe el vacío con que he crecido”. Y recalca que “según me cuenta mi mamá, mi papá estuviera orgulloso de mí, porque desde el día que supo que ella estaba embarazada se volvió loco y dijo que quería que yo fuera acordeonero o futbolista”. Jenny corrobora esas palabras diciendo que en el apartamento había acordeones y Juancho le compró un balón al hijo que venía en camino.

Juancho, le gusta que lo llamen así, como a su papá, y dice que le gustaría aprender a tocar acordeón, pero solo por hobby.

Jenny toma la palabra y dice: “El niño desde siempre ha sido muy apegado a su familia. Juancho, su papá, cuando supo que estaba esperando un hijo me sobaba la barriga y le decía “Mi mochito”. Esos fueron momentos bellos de la vida, pero ahora ese niño ha crecido y tiene muchas cosas de su papá. Por ejemplo, a Juancho le gustaba que le rascaran la espalda, incluso pagaba, y al niño todas las noches hay que rascarle la espalda. Mira que aunque no conoció a su papá hay cosas que las lleva en la sangre. Mi hijo es mucho de su papá. Él tiene muchas ilusiones en la vida, quiere ser un reconocido administrador de empresas o ganadero. Y pensar que su papá decía que el monte era para las vacas”.

A Jenny se le derrumbó la vida, especialmente las ilusiones que comenzaba a construir con su Juancho. No entendía cómo un ser bueno, noble y amoroso la dejaba sola y con un hijo en sus entrañas.

Juancho Rois Zúñiga partió dejando regados miles de recuerdos por la vida que transitó durante casi 36 años. A su mamá Dalia le regaló el más grande amor de hijo, a Jenny le dejó a Juancho, a Diomedes una imagen de la Virgen del Carmen y a sus seguidores y amigos sus notas, que hoy y siempre sonarán sin descanso porque con el acordeón era El Fuete.

Ese que en sus últimos años de vida escribió gloriosas páginas vallenatas al lado de Diomedes Díaz, quien en su obra 'Canto celestial', le dijo: "Compadre Juancho no fui a su entierro, porque no quise verlo enterrá, porque así yo me hago la idea, de que usted esta viajando lejos, que está con Dios allá en el cielo".

Un cuento de la abuela

Juancho Rois vivió mucho tiempo en San Juan del Cesar, en la casa de su abuela paterna, Rosa María Fernández de Rois.

En cierta ocasión Juancho quería ir a Valledupar al baile de lanzamiento del primer disco de Beto Zabaleta con Emilio Oviedo, pero sabía que su abuela no lo iba a dejar viajar.

Entonces, con su astucia sanjuanera, se puso de acuerdo con sus amigos Joseito Parodi Daza y Armando Sarmiento y se acostó a las siete de la noche, Tres horas después, cuando todos dormían, se escapó para Valledupar.

Esa noche le dieron la oportunidad de tocar en la tarima y demostró su sabiduría musical. Como a las tres de la mañana retornó a San Juan del Cesar y se acostó como si nada hubiese ocurrido.

En las horas de la mañana, por la emisora Radio Guatapurí hicieron el comentario del baile y de la actuación especial de Juancho Rois. Cuando su abuela Rosa María escuchó el comentario expresó: “Vee, ese radio está loco, y que Juancho tocó anoche en Valledupar. Mucha mentira esa, si se acostó temprano y mira que todavía es la hora y está durmiendo”...

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Fuente: Boletín de prensa | Fecha: 2010-11-22 | Visitas: 9644

Los tres amores que dejó Juancho Rois

Dieciséis años de su partida - Los tres amores que dejó Juancho Rois

Por Juan Rincón Vanegas
juanrinconv@hotmail.com

El rostro de Dalia Esther Zúñiga sigue recibiendo con estoicismo las lágrimas que comenzaron a derramarse desde la noche del lunes 21 de noviembre de 1994, cuando murió su hijo Juan Humberto Rois Zúñiga, Juancho Rois.

En su casa de San Juan del Cesar, La Guajira, todo gira en torno al célebre acordeonista que impuso su estilo y que en vida dio la más grande muestra de calidez humana. Tiene un cuarto, museo lo llama ella, con cuadros de la vida y obra musical del artista.

Están los momentos gloriosos al lado de familiares y amigos. Todo hace indicar que en San Juan del Cesar, y en ese rincón ubicado en la carrera 10 número 4-27, Juancho Rois está aún vivo.

A la entrada de la casa descuella una imagen a escala de Juancho, dándoles a todos la bienvenida. Tiene un ademán de “todo bien”, la camisa, el pantalón y las botas que más le gustaban.

Dalia se acomoda en su mecedora y comienza a hablar de lo que nunca ha dejado de hablar: de su querido hijo.

“De Juancho Rois tengo todos los recuerdos, principalmente su hijo. Para mí, Juancho Rois no ha muerto. Él sigue viviendo, por eso en este espacio que es mi casa se nota su presencia en todos lados”.

Despacio va sacando todas las reliquias que guarda de su hijo. Y en medio de fotos, discos y centenares de detalles expresa “el último recuerdo que tengo de Juancho fue el día de su matrimonio, que fue el día más feliz de su vida. En esa fecha pasó lo más bonito, nos unimos más nosotros. Cuando él me vio que llegué a Montería, me dijo: me has hecho feliz, porque creí que no venías. Nos abrazamos largamente y me dio un beso”.

En ese preciso momento el dolor se estaciona en su garganta y las lágrimas toman forma de testimonio silencioso en sus ojos y no puede hablar más.

Arrebatando de un tajo el dolor replica: “con Juancho se me fue más de la mitad de mi vida. A Juancho me lo regaló Dios un 25 de diciembre”.

Cuenta que, siendo Juancho niño, ella tuvo que irse a trabajar a Venezuela y dejarlo bajo el cuidado de su familia. “Cuando me fui a trabajar a Maracaibo el primer regalo que le mandé fue un acordeón. Le mandaba ropa y juguetes, pero nunca faltaba el acordeón. Yo pensaba que sería músico por su gran capacidad, pero nunca que alcanzaría la dimensión que tuvo”.

En medio de su relato indica que para su hijo, San Juan del Cesar era lo máximo. Además de ser su patria chica, era su refugio cuando sus compromisos se lo permitían. “Él adoraba a su pueblo. Se caminaba sus calles, jugaba con niños y jóvenes y se iba para los puestos de venta de fritos y les daba empanadas y papas. Ese era su deleite mayor. Ponía en fila a los ‘chanceros’ y le apostaba a cada uno y jugaba hasta con los locos”.

Habla entonces del matrimonio de Juancho y sus ojos se llenan de lágrimas. “Estuve de acuerdo con ese matrimonio porque sabía que con ella iba a conseguir su felicidad. Iba bien casado porque se llevaba una gran mujer y una gran familia. Me duele en el alma que no hubiera disfrutado por mucho tiempo su felicidad y que llegara a su plenitud, que era el nacimiento de su primer hijo. Dios lo llamó sin dejarle conocer a su hijo, del cual se sentía orgulloso y hablaba sin parar de él”.

Después del deceso de Juancho, doña Dalia ha sufrido constantes quebrantos de salud, e incluso el médico le prohibió visitar la tumba de su hijo. A pesar de eso, le envía las flores y pide que le recen, pero en medio de la charla manifiesta que Juancho hace milagros.

“A mi casa llega mucha gente de todas partes a decirme que le pidieron a Juancho Rois y les hizo el milagro. De Barranquilla llegó un señor a conocerme y a decirme que me daba las gracias por haber tenido un hijo tan bueno. Me contó que tenía una grave situación económica y él se la solucionó pidiéndole y pidiéndole a través de oraciones. Yo creo todo eso, porque mi hijo era muy humanitario”.

Sigue hablando y anota que había soñado con su hijo y que le dijo que su vida iba a cambiar. “Me dictó los números 935 y 358, pero nunca le he apostado a la suerte. Para qué, si con Juancho perdí el premio mayor”.

Jenny, su amor

En la vida de Juancho Rois se apareció una bella joven monteriana para llenarlo de enormes ilusiones. La responsable del estreno del más intenso amor en su corazón fue Jenny Cecilia Dereix Guerra, quien recuerda los hechos que hicieron posible el noviazgo y posterior matrimonio con el artista.

El amor nació de una mirada de Juancho a Jenny en una caseta de Montelíbano, Córdoba, y que con el paso de los días se afianzó a pesar de algunos tropiezos. En medio de esos avatares del sentimiento y ante la oposición de los padres de su amada, Juancho no encontró otra salida que decirle en un canto que no entendía, que su amor era más grande que las fuerzas de Sansón y que estaba dispuesto a entregarlo todo para llevarla al altar. Sus razones las enmarcó en un título: ‘Por qué razón’, y le colgó unos versos donde hablaba su corazón.

Jenny estudiaba ingeniería en Bogotá y hasta allá llegaron las muestras de amor de Juancho Rois. Un amor tan inmenso que era capaz de colmar de detalles a su amada. La canción y las palabras sinceras del acordeonero lograron su afecto, y con el viento a favor se casaron –felices y con la bendición de todos– el domingo 16 de octubre de 1994. La iglesia San Pablo Apóstol de Montería fue el lugar donde Juancho y Jenny se juraron amor eterno, pero el destino los separó.

“Fueron 33 días de matrimonio, y recuerdo que cuando le dije que estaba embarazada se puso feliz. Él estaba en grabación y yo fui a darle la noticia. Ese día recuerdo como detalle especial que me compró todas las flores que tenía una vendedora”.

Después de este relato, Jenny se queda callada recogiendo pedazos del ayer, arma el rompecabezas de lo que sin duda son sus mejores recuerdos, acomoda el dolor en su alma y continúa. “Los días eran normales. Caminábamos juntos, nos bañábamos, me acompañaba a la universidad. Éramos muy felices”.

El retoño de Juancho

El niño nació el sábado seis de mayo de 1995 y se le puso el nombre de su padre, Juan Humberto.

Los recuerdos de Juancho siguen revoloteando y su hijo relata que su mamá le cuenta que su papá fue un hombre noble, bueno, amoroso, excelente acordeonista y que le hizo a ella unas bellas canciones. Guarda silencio y de repente sorprende con una sincera declaración: “Yo tenía derecho a conocer a mi papá, nadie sabe el vacío con que he crecido”. Y recalca que “según me cuenta mi mamá, mi papá estuviera orgulloso de mí, porque desde el día que supo que ella estaba embarazada se volvió loco y dijo que quería que yo fuera acordeonero o futbolista”. Jenny corrobora esas palabras diciendo que en el apartamento había acordeones y Juancho le compró un balón al hijo que venía en camino.

Juancho, le gusta que lo llamen así, como a su papá, y dice que le gustaría aprender a tocar acordeón, pero solo por hobby.

Jenny toma la palabra y dice: “El niño desde siempre ha sido muy apegado a su familia. Juancho, su papá, cuando supo que estaba esperando un hijo me sobaba la barriga y le decía “Mi mochito”. Esos fueron momentos bellos de la vida, pero ahora ese niño ha crecido y tiene muchas cosas de su papá. Por ejemplo, a Juancho le gustaba que le rascaran la espalda, incluso pagaba, y al niño todas las noches hay que rascarle la espalda. Mira que aunque no conoció a su papá hay cosas que las lleva en la sangre. Mi hijo es mucho de su papá. Él tiene muchas ilusiones en la vida, quiere ser un reconocido administrador de empresas o ganadero. Y pensar que su papá decía que el monte era para las vacas”.

A Jenny se le derrumbó la vida, especialmente las ilusiones que comenzaba a construir con su Juancho. No entendía cómo un ser bueno, noble y amoroso la dejaba sola y con un hijo en sus entrañas.

Juancho Rois Zúñiga partió dejando regados miles de recuerdos por la vida que transitó durante casi 36 años. A su mamá Dalia le regaló el más grande amor de hijo, a Jenny le dejó a Juancho, a Diomedes una imagen de la Virgen del Carmen y a sus seguidores y amigos sus notas, que hoy y siempre sonarán sin descanso porque con el acordeón era El Fuete.

Ese que en sus últimos años de vida escribió gloriosas páginas vallenatas al lado de Diomedes Díaz, quien en su obra 'Canto celestial', le dijo: "Compadre Juancho no fui a su entierro, porque no quise verlo enterrá, porque así yo me hago la idea, de que usted esta viajando lejos, que está con Dios allá en el cielo".

Un cuento de la abuela

Juancho Rois vivió mucho tiempo en San Juan del Cesar, en la casa de su abuela paterna, Rosa María Fernández de Rois.

En cierta ocasión Juancho quería ir a Valledupar al baile de lanzamiento del primer disco de Beto Zabaleta con Emilio Oviedo, pero sabía que su abuela no lo iba a dejar viajar.

Entonces, con su astucia sanjuanera, se puso de acuerdo con sus amigos Joseito Parodi Daza y Armando Sarmiento y se acostó a las siete de la noche, Tres horas después, cuando todos dormían, se escapó para Valledupar.

Esa noche le dieron la oportunidad de tocar en la tarima y demostró su sabiduría musical. Como a las tres de la mañana retornó a San Juan del Cesar y se acostó como si nada hubiese ocurrido.

En las horas de la mañana, por la emisora Radio Guatapurí hicieron el comentario del baile y de la actuación especial de Juancho Rois. Cuando su abuela Rosa María escuchó el comentario expresó: “Vee, ese radio está loco, y que Juancho tocó anoche en Valledupar. Mucha mentira esa, si se acostó temprano y mira que todavía es la hora y está durmiendo”...

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Los tres amores que dejó Juancho Rois

Fuente: Boletín de prensa | Fecha: 2010-11-22 | Visitas: 9644

Los tres amores que dejó Juancho Rois

Dieciséis años de su partida - Los tres amores que dejó Juancho Rois

Por Juan Rincón Vanegas
juanrinconv@hotmail.com

El rostro de Dalia Esther Zúñiga sigue recibiendo con estoicismo las lágrimas que comenzaron a derramarse desde la noche del lunes 21 de noviembre de 1994, cuando murió su hijo Juan Humberto Rois Zúñiga, Juancho Rois.

En su casa de San Juan del Cesar, La Guajira, todo gira en torno al célebre acordeonista que impuso su estilo y que en vida dio la más grande muestra de calidez humana. Tiene un cuarto, museo lo llama ella, con cuadros de la vida y obra musical del artista.

Están los momentos gloriosos al lado de familiares y amigos. Todo hace indicar que en San Juan del Cesar, y en ese rincón ubicado en la carrera 10 número 4-27, Juancho Rois está aún vivo.

A la entrada de la casa descuella una imagen a escala de Juancho, dándoles a todos la bienvenida. Tiene un ademán de “todo bien”, la camisa, el pantalón y las botas que más le gustaban.

Dalia se acomoda en su mecedora y comienza a hablar de lo que nunca ha dejado de hablar: de su querido hijo.

“De Juancho Rois tengo todos los recuerdos, principalmente su hijo. Para mí, Juancho Rois no ha muerto. Él sigue viviendo, por eso en este espacio que es mi casa se nota su presencia en todos lados”.

Despacio va sacando todas las reliquias que guarda de su hijo. Y en medio de fotos, discos y centenares de detalles expresa “el último recuerdo que tengo de Juancho fue el día de su matrimonio, que fue el día más feliz de su vida. En esa fecha pasó lo más bonito, nos unimos más nosotros. Cuando él me vio que llegué a Montería, me dijo: me has hecho feliz, porque creí que no venías. Nos abrazamos largamente y me dio un beso”.

En ese preciso momento el dolor se estaciona en su garganta y las lágrimas toman forma de testimonio silencioso en sus ojos y no puede hablar más.

Arrebatando de un tajo el dolor replica: “con Juancho se me fue más de la mitad de mi vida. A Juancho me lo regaló Dios un 25 de diciembre”.

Cuenta que, siendo Juancho niño, ella tuvo que irse a trabajar a Venezuela y dejarlo bajo el cuidado de su familia. “Cuando me fui a trabajar a Maracaibo el primer regalo que le mandé fue un acordeón. Le mandaba ropa y juguetes, pero nunca faltaba el acordeón. Yo pensaba que sería músico por su gran capacidad, pero nunca que alcanzaría la dimensión que tuvo”.

En medio de su relato indica que para su hijo, San Juan del Cesar era lo máximo. Además de ser su patria chica, era su refugio cuando sus compromisos se lo permitían. “Él adoraba a su pueblo. Se caminaba sus calles, jugaba con niños y jóvenes y se iba para los puestos de venta de fritos y les daba empanadas y papas. Ese era su deleite mayor. Ponía en fila a los ‘chanceros’ y le apostaba a cada uno y jugaba hasta con los locos”.

Habla entonces del matrimonio de Juancho y sus ojos se llenan de lágrimas. “Estuve de acuerdo con ese matrimonio porque sabía que con ella iba a conseguir su felicidad. Iba bien casado porque se llevaba una gran mujer y una gran familia. Me duele en el alma que no hubiera disfrutado por mucho tiempo su felicidad y que llegara a su plenitud, que era el nacimiento de su primer hijo. Dios lo llamó sin dejarle conocer a su hijo, del cual se sentía orgulloso y hablaba sin parar de él”.

Después del deceso de Juancho, doña Dalia ha sufrido constantes quebrantos de salud, e incluso el médico le prohibió visitar la tumba de su hijo. A pesar de eso, le envía las flores y pide que le recen, pero en medio de la charla manifiesta que Juancho hace milagros.

“A mi casa llega mucha gente de todas partes a decirme que le pidieron a Juancho Rois y les hizo el milagro. De Barranquilla llegó un señor a conocerme y a decirme que me daba las gracias por haber tenido un hijo tan bueno. Me contó que tenía una grave situación económica y él se la solucionó pidiéndole y pidiéndole a través de oraciones. Yo creo todo eso, porque mi hijo era muy humanitario”.

Sigue hablando y anota que había soñado con su hijo y que le dijo que su vida iba a cambiar. “Me dictó los números 935 y 358, pero nunca le he apostado a la suerte. Para qué, si con Juancho perdí el premio mayor”.

Jenny, su amor

En la vida de Juancho Rois se apareció una bella joven monteriana para llenarlo de enormes ilusiones. La responsable del estreno del más intenso amor en su corazón fue Jenny Cecilia Dereix Guerra, quien recuerda los hechos que hicieron posible el noviazgo y posterior matrimonio con el artista.

El amor nació de una mirada de Juancho a Jenny en una caseta de Montelíbano, Córdoba, y que con el paso de los días se afianzó a pesar de algunos tropiezos. En medio de esos avatares del sentimiento y ante la oposición de los padres de su amada, Juancho no encontró otra salida que decirle en un canto que no entendía, que su amor era más grande que las fuerzas de Sansón y que estaba dispuesto a entregarlo todo para llevarla al altar. Sus razones las enmarcó en un título: ‘Por qué razón’, y le colgó unos versos donde hablaba su corazón.

Jenny estudiaba ingeniería en Bogotá y hasta allá llegaron las muestras de amor de Juancho Rois. Un amor tan inmenso que era capaz de colmar de detalles a su amada. La canción y las palabras sinceras del acordeonero lograron su afecto, y con el viento a favor se casaron –felices y con la bendición de todos– el domingo 16 de octubre de 1994. La iglesia San Pablo Apóstol de Montería fue el lugar donde Juancho y Jenny se juraron amor eterno, pero el destino los separó.

“Fueron 33 días de matrimonio, y recuerdo que cuando le dije que estaba embarazada se puso feliz. Él estaba en grabación y yo fui a darle la noticia. Ese día recuerdo como detalle especial que me compró todas las flores que tenía una vendedora”.

Después de este relato, Jenny se queda callada recogiendo pedazos del ayer, arma el rompecabezas de lo que sin duda son sus mejores recuerdos, acomoda el dolor en su alma y continúa. “Los días eran normales. Caminábamos juntos, nos bañábamos, me acompañaba a la universidad. Éramos muy felices”.

El retoño de Juancho

El niño nació el sábado seis de mayo de 1995 y se le puso el nombre de su padre, Juan Humberto.

Los recuerdos de Juancho siguen revoloteando y su hijo relata que su mamá le cuenta que su papá fue un hombre noble, bueno, amoroso, excelente acordeonista y que le hizo a ella unas bellas canciones. Guarda silencio y de repente sorprende con una sincera declaración: “Yo tenía derecho a conocer a mi papá, nadie sabe el vacío con que he crecido”. Y recalca que “según me cuenta mi mamá, mi papá estuviera orgulloso de mí, porque desde el día que supo que ella estaba embarazada se volvió loco y dijo que quería que yo fuera acordeonero o futbolista”. Jenny corrobora esas palabras diciendo que en el apartamento había acordeones y Juancho le compró un balón al hijo que venía en camino.

Juancho, le gusta que lo llamen así, como a su papá, y dice que le gustaría aprender a tocar acordeón, pero solo por hobby.

Jenny toma la palabra y dice: “El niño desde siempre ha sido muy apegado a su familia. Juancho, su papá, cuando supo que estaba esperando un hijo me sobaba la barriga y le decía “Mi mochito”. Esos fueron momentos bellos de la vida, pero ahora ese niño ha crecido y tiene muchas cosas de su papá. Por ejemplo, a Juancho le gustaba que le rascaran la espalda, incluso pagaba, y al niño todas las noches hay que rascarle la espalda. Mira que aunque no conoció a su papá hay cosas que las lleva en la sangre. Mi hijo es mucho de su papá. Él tiene muchas ilusiones en la vida, quiere ser un reconocido administrador de empresas o ganadero. Y pensar que su papá decía que el monte era para las vacas”.

A Jenny se le derrumbó la vida, especialmente las ilusiones que comenzaba a construir con su Juancho. No entendía cómo un ser bueno, noble y amoroso la dejaba sola y con un hijo en sus entrañas.

Juancho Rois Zúñiga partió dejando regados miles de recuerdos por la vida que transitó durante casi 36 años. A su mamá Dalia le regaló el más grande amor de hijo, a Jenny le dejó a Juancho, a Diomedes una imagen de la Virgen del Carmen y a sus seguidores y amigos sus notas, que hoy y siempre sonarán sin descanso porque con el acordeón era El Fuete.

Ese que en sus últimos años de vida escribió gloriosas páginas vallenatas al lado de Diomedes Díaz, quien en su obra 'Canto celestial', le dijo: "Compadre Juancho no fui a su entierro, porque no quise verlo enterrá, porque así yo me hago la idea, de que usted esta viajando lejos, que está con Dios allá en el cielo".

Un cuento de la abuela

Juancho Rois vivió mucho tiempo en San Juan del Cesar, en la casa de su abuela paterna, Rosa María Fernández de Rois.

En cierta ocasión Juancho quería ir a Valledupar al baile de lanzamiento del primer disco de Beto Zabaleta con Emilio Oviedo, pero sabía que su abuela no lo iba a dejar viajar.

Entonces, con su astucia sanjuanera, se puso de acuerdo con sus amigos Joseito Parodi Daza y Armando Sarmiento y se acostó a las siete de la noche, Tres horas después, cuando todos dormían, se escapó para Valledupar.

Esa noche le dieron la oportunidad de tocar en la tarima y demostró su sabiduría musical. Como a las tres de la mañana retornó a San Juan del Cesar y se acostó como si nada hubiese ocurrido.

En las horas de la mañana, por la emisora Radio Guatapurí hicieron el comentario del baile y de la actuación especial de Juancho Rois. Cuando su abuela Rosa María escuchó el comentario expresó: “Vee, ese radio está loco, y que Juancho tocó anoche en Valledupar. Mucha mentira esa, si se acostó temprano y mira que todavía es la hora y está durmiendo”...

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