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El vallenato perdulario de Aureliano Segundo

Fuente: Daniel Samper Pizano | Fecha: 2004-09-17 | Visitas: 3004

El 21 de octubre se cumplen 20 años del anuncio del Nobel de Literatura para Gabriel García Márquez. Esta nota de Daniel Samper Pizano inicia una serie de artículos sobre la obra del escritor.

Gabriel García Márquez afirma que 'Cien años de soledad' no es más que un vallenato de 350 páginas. Es verdad, y por lo menos tres aspectos lo demuestran. En primer lugar, que, como los vallenatos, su novela narra historias. En segundo lugar, que, como los vallenatos, relata episodios fantásticos con un tono impasible de certeza. Y, en tercer lugar, que, como los vallenatos, habla mucho de vallenatos.

Desde cuando era un reportero joven, langaruto y fumador, los vallenatos atrajeron a García Márquez. Son varias las columnas en que habla de ellos y de Rafael Escalona, un compositor que lo maravilló, hasta el punto de convertirlo en personaje de su novela.

No era extraño, pues, que al recrear la realidad mágica de Macondo incluyera su música. Sin embargo, el vallenato que figura en Cien años no es el que conocen hoy los colombianos, el que constituye uno de emblemas nacionales, y vende millones de discos al año, y ha producido un desfile de estrellas que en algunos casos visten trajes de lentejuelas y se acompañan de batería y órgano, y triunfa por el mundo de la mano de Carlos Vives. No. El vallenato de Cien años corresponde a los tiempos en que era música de campesinos elementales, pastores analfabetas y gentes de mal vivir. El que animaba parrandas en el patio trasero de la casa de putas o la fonda del camino. El Club Valledupar lo proscribía rigurosamente de sus predios, y la alta sociedad lo miraba con desconfianza, como cosa de negros y de pobres.

Aureliano Segundo, parrandero incorregible, es el personaje de la novela que se extravía gozosamente en el mundo pecaminoso del vallenato. El acordeón aparece en el capítulo décimo, que no está numerado pero divide en dos los tiempos de Cien años de soledad y le da vuelta de tuerca a la historia. Es el que empieza con palabras que reflejan las proverbiales de apertura de la obra: "Años después, en su lecho de agonía, Aureliano Segundo había de recordar la lluviosa tarde de junio en que entró en el dormitorio a conocer a su primer hijo". Cinco páginas más tarde, Aureliano Segundo gana un acordeón en una rifa; enseguida abandona todo y se dedica "a aprender de oídas el acordeón, contra las protestas de Úrsula", que lo considera "instrumento propio de los vagabundos herederos de Francisco el Hombre"; un poco más adelante se casa con Fernanda del Carpio, la cachaca tiquismiquis, "en una fragorosa parranda de veinte días".

Pasados muchos años, cuando cesa el diluvio bíblico que anegó a Macondo, Aureliano Segundo regresa a su tierra y toca "el acordeón asmático" para los niños. Celado por Fernanda y mimado por Petra Cotes, su amante, envejece y recuerda a veces las canciones de Francisco el Hombre. Cuando siente que se aproxima su última hora, busca, como algunos cetáceos agonizantes, el territorio conyugal legítimo, y allí muere el mismo día que su hermano gemelo, José Arcadio.

"Los viejos compañeros de parranda -señala García Márquez- pusieron sobre su caja una corona que tenía una cinta morada con un letrero: Apártense vacas que la vida es corta". Curiosamente, el autor no dice que lo hubieran enterrado en medio de una serenata de acordeones. Pero el lector, que es cómplice necesario de todo libro, tiene todo el derecho a imaginarlo, porque así se van de este mundo los grandes vallenatos.

Daniel Samper Pizano
Especial para EL TIEMPO

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El vallenato perdulario de Aureliano Segundo

Fuente: Daniel Samper Pizano | Fecha: 2004-09-17 | Visitas: 3004

El vallenato perdulario de Aureliano Segundo

El 21 de octubre se cumplen 20 años del anuncio del Nobel de Literatura para Gabriel García Márquez. Esta nota de Daniel Samper Pizano inicia una serie de artículos sobre la obra del escritor.

Gabriel García Márquez afirma que 'Cien años de soledad' no es más que un vallenato de 350 páginas. Es verdad, y por lo menos tres aspectos lo demuestran. En primer lugar, que, como los vallenatos, su novela narra historias. En segundo lugar, que, como los vallenatos, relata episodios fantásticos con un tono impasible de certeza. Y, en tercer lugar, que, como los vallenatos, habla mucho de vallenatos.

Desde cuando era un reportero joven, langaruto y fumador, los vallenatos atrajeron a García Márquez. Son varias las columnas en que habla de ellos y de Rafael Escalona, un compositor que lo maravilló, hasta el punto de convertirlo en personaje de su novela.

No era extraño, pues, que al recrear la realidad mágica de Macondo incluyera su música. Sin embargo, el vallenato que figura en Cien años no es el que conocen hoy los colombianos, el que constituye uno de emblemas nacionales, y vende millones de discos al año, y ha producido un desfile de estrellas que en algunos casos visten trajes de lentejuelas y se acompañan de batería y órgano, y triunfa por el mundo de la mano de Carlos Vives. No. El vallenato de Cien años corresponde a los tiempos en que era música de campesinos elementales, pastores analfabetas y gentes de mal vivir. El que animaba parrandas en el patio trasero de la casa de putas o la fonda del camino. El Club Valledupar lo proscribía rigurosamente de sus predios, y la alta sociedad lo miraba con desconfianza, como cosa de negros y de pobres.

Aureliano Segundo, parrandero incorregible, es el personaje de la novela que se extravía gozosamente en el mundo pecaminoso del vallenato. El acordeón aparece en el capítulo décimo, que no está numerado pero divide en dos los tiempos de Cien años de soledad y le da vuelta de tuerca a la historia. Es el que empieza con palabras que reflejan las proverbiales de apertura de la obra: "Años después, en su lecho de agonía, Aureliano Segundo había de recordar la lluviosa tarde de junio en que entró en el dormitorio a conocer a su primer hijo". Cinco páginas más tarde, Aureliano Segundo gana un acordeón en una rifa; enseguida abandona todo y se dedica "a aprender de oídas el acordeón, contra las protestas de Úrsula", que lo considera "instrumento propio de los vagabundos herederos de Francisco el Hombre"; un poco más adelante se casa con Fernanda del Carpio, la cachaca tiquismiquis, "en una fragorosa parranda de veinte días".

Pasados muchos años, cuando cesa el diluvio bíblico que anegó a Macondo, Aureliano Segundo regresa a su tierra y toca "el acordeón asmático" para los niños. Celado por Fernanda y mimado por Petra Cotes, su amante, envejece y recuerda a veces las canciones de Francisco el Hombre. Cuando siente que se aproxima su última hora, busca, como algunos cetáceos agonizantes, el territorio conyugal legítimo, y allí muere el mismo día que su hermano gemelo, José Arcadio.

"Los viejos compañeros de parranda -señala García Márquez- pusieron sobre su caja una corona que tenía una cinta morada con un letrero: Apártense vacas que la vida es corta". Curiosamente, el autor no dice que lo hubieran enterrado en medio de una serenata de acordeones. Pero el lector, que es cómplice necesario de todo libro, tiene todo el derecho a imaginarlo, porque así se van de este mundo los grandes vallenatos.

Daniel Samper Pizano
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Fuente: Daniel Samper Pizano | Fecha: 2004-09-17 | Visitas: 3004

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El 21 de octubre se cumplen 20 años del anuncio del Nobel de Literatura para Gabriel García Márquez. Esta nota de Daniel Samper Pizano inicia una serie de artículos sobre la obra del escritor.

Gabriel García Márquez afirma que 'Cien años de soledad' no es más que un vallenato de 350 páginas. Es verdad, y por lo menos tres aspectos lo demuestran. En primer lugar, que, como los vallenatos, su novela narra historias. En segundo lugar, que, como los vallenatos, relata episodios fantásticos con un tono impasible de certeza. Y, en tercer lugar, que, como los vallenatos, habla mucho de vallenatos.

Desde cuando era un reportero joven, langaruto y fumador, los vallenatos atrajeron a García Márquez. Son varias las columnas en que habla de ellos y de Rafael Escalona, un compositor que lo maravilló, hasta el punto de convertirlo en personaje de su novela.

No era extraño, pues, que al recrear la realidad mágica de Macondo incluyera su música. Sin embargo, el vallenato que figura en Cien años no es el que conocen hoy los colombianos, el que constituye uno de emblemas nacionales, y vende millones de discos al año, y ha producido un desfile de estrellas que en algunos casos visten trajes de lentejuelas y se acompañan de batería y órgano, y triunfa por el mundo de la mano de Carlos Vives. No. El vallenato de Cien años corresponde a los tiempos en que era música de campesinos elementales, pastores analfabetas y gentes de mal vivir. El que animaba parrandas en el patio trasero de la casa de putas o la fonda del camino. El Club Valledupar lo proscribía rigurosamente de sus predios, y la alta sociedad lo miraba con desconfianza, como cosa de negros y de pobres.

Aureliano Segundo, parrandero incorregible, es el personaje de la novela que se extravía gozosamente en el mundo pecaminoso del vallenato. El acordeón aparece en el capítulo décimo, que no está numerado pero divide en dos los tiempos de Cien años de soledad y le da vuelta de tuerca a la historia. Es el que empieza con palabras que reflejan las proverbiales de apertura de la obra: "Años después, en su lecho de agonía, Aureliano Segundo había de recordar la lluviosa tarde de junio en que entró en el dormitorio a conocer a su primer hijo". Cinco páginas más tarde, Aureliano Segundo gana un acordeón en una rifa; enseguida abandona todo y se dedica "a aprender de oídas el acordeón, contra las protestas de Úrsula", que lo considera "instrumento propio de los vagabundos herederos de Francisco el Hombre"; un poco más adelante se casa con Fernanda del Carpio, la cachaca tiquismiquis, "en una fragorosa parranda de veinte días".

Pasados muchos años, cuando cesa el diluvio bíblico que anegó a Macondo, Aureliano Segundo regresa a su tierra y toca "el acordeón asmático" para los niños. Celado por Fernanda y mimado por Petra Cotes, su amante, envejece y recuerda a veces las canciones de Francisco el Hombre. Cuando siente que se aproxima su última hora, busca, como algunos cetáceos agonizantes, el territorio conyugal legítimo, y allí muere el mismo día que su hermano gemelo, José Arcadio.

"Los viejos compañeros de parranda -señala García Márquez- pusieron sobre su caja una corona que tenía una cinta morada con un letrero: Apártense vacas que la vida es corta". Curiosamente, el autor no dice que lo hubieran enterrado en medio de una serenata de acordeones. Pero el lector, que es cómplice necesario de todo libro, tiene todo el derecho a imaginarlo, porque así se van de este mundo los grandes vallenatos.

Daniel Samper Pizano
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