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El Eterno Carnaval De Leocadia Ortiz

Fuente: Crónica por Juan Rincón Vanegas @juanrinconv | Fecha: 2017-02-21 | Visitas: 8657

El Eterno Carnaval De Leocadia Ortiz

Para la octogenaria Leocadia Ortiz Córdoba la pesadez de la tristeza no existe,
se marchó en el tren que se perdió en los rieles del olvido, y ella le agradece a
Dios porque tuvo la fortuna de bajarse en la estación del carnaval; desde
entonces, es una pasajera que vive abrazada al festín que deslumbra su
memoria.

Esa estación de carnaval es la puerta de su casa, donde la suave sonrisa del
viento acaricia su piel, mientras que un torbellino de alegría emerge de su alma
y su corazón. Desde hace varios años, Leocadia permanece sentada en un
taburete bajo un palo de ‘maizcocho’ viendo pasar las carrozas de las horas, y
sonriendo al saludar a los que pasan para el puerto, la mayoría pescadores que
le cantan, mientras ella se mueve con el rumor sonoro de los cantos de
tambora:

Aquí canta el alma mía/
este tambor es mi sangre/
negro que no se entusiasme/
no es de la raza mía.

Carnavalera eterna
A la hija de Juan Ortiz Martínez y Ana Jacinta Córdoba, quien nació el 14 de
febrero de 1930, en su tierra Chimichagua, la quieren y saben que ella se
quedó en el tiempo de la manera más bella, porque por su vida se pasean los
colores vivos, los sonidos de tambores, tamboras, flautas y las múltiples
alegrías que le hacen calle de honor.

“Nunca me ven afligida, y tampoco con ropa de luto, porque lo mío es el
carnaval con sus danzas, los disfraces y la música alegre. Ese es mi encanto al
dedicarme a cultivar esa tradición”. Es la conclusión que se saca al escuchar la
lectura de su bando.

Le pide a uno de sus nietos que en su grabadora le regale “un pedazo de
alegría carnavalera”, y efectivamente, el muchacho lo hace porque conoce sus
gustos:

Viva, viva, viva el carnaval
ya llegó la fiesta y vamos a gozar.

Como si le hubieran aplicado el mejor ungüento de la felicidad, Leocadia
recuerda esos bellos instantes de su vida donde una fiesta folclórica era su pan
de cada día y hacía que se renovarán sus energías.

“En Chimichagua y la región estuve presente en todas las fiestas de carnaval
donde me escogieron como reina en varias ocasiones. No me perdía una,
hasta que el cuerpo no me dejó más, pero mis hijos y mis nietos saben que
amo con pasión este jolgorio”. Hace un pormenorizado relato de los bailes y las
danzas donde fue protagonista, y también recordó que hace dos años en el
Festival Nacional de Danzas y Tamboras de su pueblo Chimichagua le
rindieron un homenaje.

“Eso fue bello. No me quería venir de la plaza viendo las danzas y el sonar de
tanta música folclórica. Esas fiestas han sido todo mi encanto”.

Así pasa sus días esta mujer, madre de cinco hijos, quien ha gozado la vida a
plenitud, y que un vecino, para hacerle aflorar el amor por el carnaval baja su
tambor del zarzo y lo hace sonar. Ella, afina el oído y ordena: “Dígale a ‘El
Chichi’ (Héctor Rapalino) que venga a tocar acá”. El músico, conociendo la
debilidad de Leocadia llega a sonarle el tambor, y le canta:

La tambora se pasea/
por las aguas del Cesar/
y el boga con su remar/
el canto siempre desea.
Desafiando lo que sea/
el tamborero se afina/
y con sus versos camina/
por El Paso y Chimichagua/
Tamalameque y sus aguas/
y la tierra momposina.

Ella nada más escucha, desplaza su mente por el sendero del ayer, sonríe,
canta, baila y exclama: “Tiempos viejos que ya se fueron”.

Viaje a Barranquilla
Hace seis años, esta carnavalera de tiempo completo recibió el premio mayor
de la lotería de la felicidad cuando su hijo Dagoberto Mejía Ortiz, decidió
llevarla a Barranquilla, precisamente para la fiesta del carnaval. El propósito era
que viviera por primera vez con sus propios ojos el encanto multicolor de la
fiesta en honor a Momo, Baco y Arlequín.

Ella no sabía nada, pero al llegar vio movimientos diferentes a los que aprecia
cada día en la puerta de su casa de bahareque. De repente, su hijo la subió en
un taxi y pidió que los llevaran a la vía 40, donde apreciarían el encuentro
carnavalero más grande de Colombia.

“Mi mamá, cuando comenzó a ver el desfile y pasaban al frente las danzas y
los disfraces de marimondas, garabatos, congos y monocucos, se puso a llorar
de alegría. En ese instante solamente acertó a preguntar que si estaba en el
cielo del carnaval”, recordó Dagoberto.

Cuenta el hijo que la abrazó, y en medio del bullicio carnavalero le dijo que
estaba en su casa, donde era la reina, porque durante muchos años le había
sido fiel a esta maravillosa fiesta.

Al recordarle a Leocadia ese acontecimiento que disfrutó en pleno epicentro
folclórico-cultural de la Costa Caribe, manifiesta: “Eso si es bonito. Es la alegría
y el jolgorio puro. Eso no tiene comparación. Yo me quería meter a bailar y
quedarme gozando hasta el amanecer”.

A su hijo se le escaparon varias lágrimas al recordar esa fecha, cuando su
progenitora estuvo en aquel Macondo donde las alegrías se disfrazan y bailan
al ritmo del corazón.

La mamá, añorando la escena, le dijo a su hijo mayor. “Llévame al carnaval de
Barranquilla. Quiero ir otra vez”. Dagoberto le dice que sí, pero sabe que las
fuerzas de su adorada madre no le alcanzarían, y hasta su corazón se podría
resentir en medio de esa multitudinaria alegría. “Viene sufriendo problemas
respiratorios y debemos cuidarla mucho”, señala.

Los vecinos de la querida dama del folclor cuando no la ven sentada en el trono
de la puerta de su casa preguntan por ella, y le responden que está un poco
molesta de salud.

“Ella nos alegra el rato porque es sinónimo de alegría. Da gusto verla vestida
de esa manera, añorando esas tradiciones que en algunos lugares se han
perdido. Leocadia es una adoración y la queremos todos”, manifiesta el músico
Luis Cadena Morales.

El médico especialista José Romero Churio, consultado sobre el caso de
Leocadia Ortiz, a quien todos los días hay que vestirla con atuendos alusivos a
la fiesta grande del folclor para que no se ponga triste, conceptúa que “el
comportamiento humano comienza a cultivarse desde la niñez, cuyas
costumbres suelen definirse y se identifican sobre lo que hacen sus
progenitores, o ven en su entorno social”.

Auscultando mayores detalles del caso, señala: “Si el comportamiento de la
señora lo analizamos bajo la lupa de la psicología, se puede decir que su
actuación es una Demofilia, o sea, una afición o gusto por lo popular. En este
caso, a pesar de su ancianidad, conserva con devoción la tradición de los
carnavales de antaño. Lo anterior no perjudica su estado de salud, más bien la
fortalece y sirve como ejemplo para las nuevas generaciones”.

Vida llena de carnaval
Contrario al himno de esa fiesta popular que tiene como epicentro en Colombia
a la ciudad de Barranquilla, ‘Te olvidé’, Leocadia, quien se dedicó gran parte de
su vida a labores del hogar e incluso a ir a pescar con su marido Luis Eduardo
Mejía, nunca ha podido dejar de retratar en su memoria la fiesta de disfraces,
desfiles y música alegre, porque para ella todos los días son de carnaval, ese
mismo que ha vivido en su mente y su corazón sin pagar arriendo.

Yo te amé con gran delirio/
de pasión desenfrenada/
te reías del martirio/
de mi pobre corazón.
Y si yo te preguntaba/
el por qué no me querías/
tu sin contestarme nada/
solamente te reías/
destrozando mi ilusión.

Cuando la historia de la protagonista llegaba al final, Juan Miguel, uno de sus
19 nietos, agradeció la visita y dijo que el carnaval era la mejor caricia para el
alma de su abuela. Ella, al escuchar esas palabras, solamente sonrió y lo
abrazó.

Así se quedó la vieja bailadora, con la cara pintada de alegría y con su
acostumbrado atuendo, esperando que Dios le haga el llamado a lista para que
en ese preciso momento se repita aquella inmortal historia de Joselito
Carnaval, el de la tradición bullanguera, y todos vestidos de luto la lloren y
acompañen hasta su última morada.

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El Eterno Carnaval De Leocadia Ortiz

Fuente: Crónica por Juan Rincón Vanegas @juanrinconv | Fecha: 2017-02-21 | Visitas: 8657

El Eterno Carnaval De Leocadia Ortiz

Para la octogenaria Leocadia Ortiz Córdoba la pesadez de la tristeza no existe,
se marchó en el tren que se perdió en los rieles del olvido, y ella le agradece a
Dios porque tuvo la fortuna de bajarse en la estación del carnaval; desde
entonces, es una pasajera que vive abrazada al festín que deslumbra su
memoria.

Esa estación de carnaval es la puerta de su casa, donde la suave sonrisa del
viento acaricia su piel, mientras que un torbellino de alegría emerge de su alma
y su corazón. Desde hace varios años, Leocadia permanece sentada en un
taburete bajo un palo de ‘maizcocho’ viendo pasar las carrozas de las horas, y
sonriendo al saludar a los que pasan para el puerto, la mayoría pescadores que
le cantan, mientras ella se mueve con el rumor sonoro de los cantos de
tambora:

Aquí canta el alma mía/
este tambor es mi sangre/
negro que no se entusiasme/
no es de la raza mía.

Carnavalera eterna
A la hija de Juan Ortiz Martínez y Ana Jacinta Córdoba, quien nació el 14 de
febrero de 1930, en su tierra Chimichagua, la quieren y saben que ella se
quedó en el tiempo de la manera más bella, porque por su vida se pasean los
colores vivos, los sonidos de tambores, tamboras, flautas y las múltiples
alegrías que le hacen calle de honor.

“Nunca me ven afligida, y tampoco con ropa de luto, porque lo mío es el
carnaval con sus danzas, los disfraces y la música alegre. Ese es mi encanto al
dedicarme a cultivar esa tradición”. Es la conclusión que se saca al escuchar la
lectura de su bando.

Le pide a uno de sus nietos que en su grabadora le regale “un pedazo de
alegría carnavalera”, y efectivamente, el muchacho lo hace porque conoce sus
gustos:

Viva, viva, viva el carnaval
ya llegó la fiesta y vamos a gozar.

Como si le hubieran aplicado el mejor ungüento de la felicidad, Leocadia
recuerda esos bellos instantes de su vida donde una fiesta folclórica era su pan
de cada día y hacía que se renovarán sus energías.

“En Chimichagua y la región estuve presente en todas las fiestas de carnaval
donde me escogieron como reina en varias ocasiones. No me perdía una,
hasta que el cuerpo no me dejó más, pero mis hijos y mis nietos saben que
amo con pasión este jolgorio”. Hace un pormenorizado relato de los bailes y las
danzas donde fue protagonista, y también recordó que hace dos años en el
Festival Nacional de Danzas y Tamboras de su pueblo Chimichagua le
rindieron un homenaje.

“Eso fue bello. No me quería venir de la plaza viendo las danzas y el sonar de
tanta música folclórica. Esas fiestas han sido todo mi encanto”.

Así pasa sus días esta mujer, madre de cinco hijos, quien ha gozado la vida a
plenitud, y que un vecino, para hacerle aflorar el amor por el carnaval baja su
tambor del zarzo y lo hace sonar. Ella, afina el oído y ordena: “Dígale a ‘El
Chichi’ (Héctor Rapalino) que venga a tocar acá”. El músico, conociendo la
debilidad de Leocadia llega a sonarle el tambor, y le canta:

La tambora se pasea/
por las aguas del Cesar/
y el boga con su remar/
el canto siempre desea.
Desafiando lo que sea/
el tamborero se afina/
y con sus versos camina/
por El Paso y Chimichagua/
Tamalameque y sus aguas/
y la tierra momposina.

Ella nada más escucha, desplaza su mente por el sendero del ayer, sonríe,
canta, baila y exclama: “Tiempos viejos que ya se fueron”.

Viaje a Barranquilla
Hace seis años, esta carnavalera de tiempo completo recibió el premio mayor
de la lotería de la felicidad cuando su hijo Dagoberto Mejía Ortiz, decidió
llevarla a Barranquilla, precisamente para la fiesta del carnaval. El propósito era
que viviera por primera vez con sus propios ojos el encanto multicolor de la
fiesta en honor a Momo, Baco y Arlequín.

Ella no sabía nada, pero al llegar vio movimientos diferentes a los que aprecia
cada día en la puerta de su casa de bahareque. De repente, su hijo la subió en
un taxi y pidió que los llevaran a la vía 40, donde apreciarían el encuentro
carnavalero más grande de Colombia.

“Mi mamá, cuando comenzó a ver el desfile y pasaban al frente las danzas y
los disfraces de marimondas, garabatos, congos y monocucos, se puso a llorar
de alegría. En ese instante solamente acertó a preguntar que si estaba en el
cielo del carnaval”, recordó Dagoberto.

Cuenta el hijo que la abrazó, y en medio del bullicio carnavalero le dijo que
estaba en su casa, donde era la reina, porque durante muchos años le había
sido fiel a esta maravillosa fiesta.

Al recordarle a Leocadia ese acontecimiento que disfrutó en pleno epicentro
folclórico-cultural de la Costa Caribe, manifiesta: “Eso si es bonito. Es la alegría
y el jolgorio puro. Eso no tiene comparación. Yo me quería meter a bailar y
quedarme gozando hasta el amanecer”.

A su hijo se le escaparon varias lágrimas al recordar esa fecha, cuando su
progenitora estuvo en aquel Macondo donde las alegrías se disfrazan y bailan
al ritmo del corazón.

La mamá, añorando la escena, le dijo a su hijo mayor. “Llévame al carnaval de
Barranquilla. Quiero ir otra vez”. Dagoberto le dice que sí, pero sabe que las
fuerzas de su adorada madre no le alcanzarían, y hasta su corazón se podría
resentir en medio de esa multitudinaria alegría. “Viene sufriendo problemas
respiratorios y debemos cuidarla mucho”, señala.

Los vecinos de la querida dama del folclor cuando no la ven sentada en el trono
de la puerta de su casa preguntan por ella, y le responden que está un poco
molesta de salud.

“Ella nos alegra el rato porque es sinónimo de alegría. Da gusto verla vestida
de esa manera, añorando esas tradiciones que en algunos lugares se han
perdido. Leocadia es una adoración y la queremos todos”, manifiesta el músico
Luis Cadena Morales.

El médico especialista José Romero Churio, consultado sobre el caso de
Leocadia Ortiz, a quien todos los días hay que vestirla con atuendos alusivos a
la fiesta grande del folclor para que no se ponga triste, conceptúa que “el
comportamiento humano comienza a cultivarse desde la niñez, cuyas
costumbres suelen definirse y se identifican sobre lo que hacen sus
progenitores, o ven en su entorno social”.

Auscultando mayores detalles del caso, señala: “Si el comportamiento de la
señora lo analizamos bajo la lupa de la psicología, se puede decir que su
actuación es una Demofilia, o sea, una afición o gusto por lo popular. En este
caso, a pesar de su ancianidad, conserva con devoción la tradición de los
carnavales de antaño. Lo anterior no perjudica su estado de salud, más bien la
fortalece y sirve como ejemplo para las nuevas generaciones”.

Vida llena de carnaval
Contrario al himno de esa fiesta popular que tiene como epicentro en Colombia
a la ciudad de Barranquilla, ‘Te olvidé’, Leocadia, quien se dedicó gran parte de
su vida a labores del hogar e incluso a ir a pescar con su marido Luis Eduardo
Mejía, nunca ha podido dejar de retratar en su memoria la fiesta de disfraces,
desfiles y música alegre, porque para ella todos los días son de carnaval, ese
mismo que ha vivido en su mente y su corazón sin pagar arriendo.

Yo te amé con gran delirio/
de pasión desenfrenada/
te reías del martirio/
de mi pobre corazón.
Y si yo te preguntaba/
el por qué no me querías/
tu sin contestarme nada/
solamente te reías/
destrozando mi ilusión.

Cuando la historia de la protagonista llegaba al final, Juan Miguel, uno de sus
19 nietos, agradeció la visita y dijo que el carnaval era la mejor caricia para el
alma de su abuela. Ella, al escuchar esas palabras, solamente sonrió y lo
abrazó.

Así se quedó la vieja bailadora, con la cara pintada de alegría y con su
acostumbrado atuendo, esperando que Dios le haga el llamado a lista para que
en ese preciso momento se repita aquella inmortal historia de Joselito
Carnaval, el de la tradición bullanguera, y todos vestidos de luto la lloren y
acompañen hasta su última morada.

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El Eterno Carnaval De Leocadia Ortiz

Fuente: Crónica por Juan Rincón Vanegas @juanrinconv | Fecha: 2017-02-21 | Visitas: 8657

El Eterno Carnaval De Leocadia Ortiz

Para la octogenaria Leocadia Ortiz Córdoba la pesadez de la tristeza no existe,
se marchó en el tren que se perdió en los rieles del olvido, y ella le agradece a
Dios porque tuvo la fortuna de bajarse en la estación del carnaval; desde
entonces, es una pasajera que vive abrazada al festín que deslumbra su
memoria.

Esa estación de carnaval es la puerta de su casa, donde la suave sonrisa del
viento acaricia su piel, mientras que un torbellino de alegría emerge de su alma
y su corazón. Desde hace varios años, Leocadia permanece sentada en un
taburete bajo un palo de ‘maizcocho’ viendo pasar las carrozas de las horas, y
sonriendo al saludar a los que pasan para el puerto, la mayoría pescadores que
le cantan, mientras ella se mueve con el rumor sonoro de los cantos de
tambora:

Aquí canta el alma mía/
este tambor es mi sangre/
negro que no se entusiasme/
no es de la raza mía.

Carnavalera eterna
A la hija de Juan Ortiz Martínez y Ana Jacinta Córdoba, quien nació el 14 de
febrero de 1930, en su tierra Chimichagua, la quieren y saben que ella se
quedó en el tiempo de la manera más bella, porque por su vida se pasean los
colores vivos, los sonidos de tambores, tamboras, flautas y las múltiples
alegrías que le hacen calle de honor.

“Nunca me ven afligida, y tampoco con ropa de luto, porque lo mío es el
carnaval con sus danzas, los disfraces y la música alegre. Ese es mi encanto al
dedicarme a cultivar esa tradición”. Es la conclusión que se saca al escuchar la
lectura de su bando.

Le pide a uno de sus nietos que en su grabadora le regale “un pedazo de
alegría carnavalera”, y efectivamente, el muchacho lo hace porque conoce sus
gustos:

Viva, viva, viva el carnaval
ya llegó la fiesta y vamos a gozar.

Como si le hubieran aplicado el mejor ungüento de la felicidad, Leocadia
recuerda esos bellos instantes de su vida donde una fiesta folclórica era su pan
de cada día y hacía que se renovarán sus energías.

“En Chimichagua y la región estuve presente en todas las fiestas de carnaval
donde me escogieron como reina en varias ocasiones. No me perdía una,
hasta que el cuerpo no me dejó más, pero mis hijos y mis nietos saben que
amo con pasión este jolgorio”. Hace un pormenorizado relato de los bailes y las
danzas donde fue protagonista, y también recordó que hace dos años en el
Festival Nacional de Danzas y Tamboras de su pueblo Chimichagua le
rindieron un homenaje.

“Eso fue bello. No me quería venir de la plaza viendo las danzas y el sonar de
tanta música folclórica. Esas fiestas han sido todo mi encanto”.

Así pasa sus días esta mujer, madre de cinco hijos, quien ha gozado la vida a
plenitud, y que un vecino, para hacerle aflorar el amor por el carnaval baja su
tambor del zarzo y lo hace sonar. Ella, afina el oído y ordena: “Dígale a ‘El
Chichi’ (Héctor Rapalino) que venga a tocar acá”. El músico, conociendo la
debilidad de Leocadia llega a sonarle el tambor, y le canta:

La tambora se pasea/
por las aguas del Cesar/
y el boga con su remar/
el canto siempre desea.
Desafiando lo que sea/
el tamborero se afina/
y con sus versos camina/
por El Paso y Chimichagua/
Tamalameque y sus aguas/
y la tierra momposina.

Ella nada más escucha, desplaza su mente por el sendero del ayer, sonríe,
canta, baila y exclama: “Tiempos viejos que ya se fueron”.

Viaje a Barranquilla
Hace seis años, esta carnavalera de tiempo completo recibió el premio mayor
de la lotería de la felicidad cuando su hijo Dagoberto Mejía Ortiz, decidió
llevarla a Barranquilla, precisamente para la fiesta del carnaval. El propósito era
que viviera por primera vez con sus propios ojos el encanto multicolor de la
fiesta en honor a Momo, Baco y Arlequín.

Ella no sabía nada, pero al llegar vio movimientos diferentes a los que aprecia
cada día en la puerta de su casa de bahareque. De repente, su hijo la subió en
un taxi y pidió que los llevaran a la vía 40, donde apreciarían el encuentro
carnavalero más grande de Colombia.

“Mi mamá, cuando comenzó a ver el desfile y pasaban al frente las danzas y
los disfraces de marimondas, garabatos, congos y monocucos, se puso a llorar
de alegría. En ese instante solamente acertó a preguntar que si estaba en el
cielo del carnaval”, recordó Dagoberto.

Cuenta el hijo que la abrazó, y en medio del bullicio carnavalero le dijo que
estaba en su casa, donde era la reina, porque durante muchos años le había
sido fiel a esta maravillosa fiesta.

Al recordarle a Leocadia ese acontecimiento que disfrutó en pleno epicentro
folclórico-cultural de la Costa Caribe, manifiesta: “Eso si es bonito. Es la alegría
y el jolgorio puro. Eso no tiene comparación. Yo me quería meter a bailar y
quedarme gozando hasta el amanecer”.

A su hijo se le escaparon varias lágrimas al recordar esa fecha, cuando su
progenitora estuvo en aquel Macondo donde las alegrías se disfrazan y bailan
al ritmo del corazón.

La mamá, añorando la escena, le dijo a su hijo mayor. “Llévame al carnaval de
Barranquilla. Quiero ir otra vez”. Dagoberto le dice que sí, pero sabe que las
fuerzas de su adorada madre no le alcanzarían, y hasta su corazón se podría
resentir en medio de esa multitudinaria alegría. “Viene sufriendo problemas
respiratorios y debemos cuidarla mucho”, señala.

Los vecinos de la querida dama del folclor cuando no la ven sentada en el trono
de la puerta de su casa preguntan por ella, y le responden que está un poco
molesta de salud.

“Ella nos alegra el rato porque es sinónimo de alegría. Da gusto verla vestida
de esa manera, añorando esas tradiciones que en algunos lugares se han
perdido. Leocadia es una adoración y la queremos todos”, manifiesta el músico
Luis Cadena Morales.

El médico especialista José Romero Churio, consultado sobre el caso de
Leocadia Ortiz, a quien todos los días hay que vestirla con atuendos alusivos a
la fiesta grande del folclor para que no se ponga triste, conceptúa que “el
comportamiento humano comienza a cultivarse desde la niñez, cuyas
costumbres suelen definirse y se identifican sobre lo que hacen sus
progenitores, o ven en su entorno social”.

Auscultando mayores detalles del caso, señala: “Si el comportamiento de la
señora lo analizamos bajo la lupa de la psicología, se puede decir que su
actuación es una Demofilia, o sea, una afición o gusto por lo popular. En este
caso, a pesar de su ancianidad, conserva con devoción la tradición de los
carnavales de antaño. Lo anterior no perjudica su estado de salud, más bien la
fortalece y sirve como ejemplo para las nuevas generaciones”.

Vida llena de carnaval
Contrario al himno de esa fiesta popular que tiene como epicentro en Colombia
a la ciudad de Barranquilla, ‘Te olvidé’, Leocadia, quien se dedicó gran parte de
su vida a labores del hogar e incluso a ir a pescar con su marido Luis Eduardo
Mejía, nunca ha podido dejar de retratar en su memoria la fiesta de disfraces,
desfiles y música alegre, porque para ella todos los días son de carnaval, ese
mismo que ha vivido en su mente y su corazón sin pagar arriendo.

Yo te amé con gran delirio/
de pasión desenfrenada/
te reías del martirio/
de mi pobre corazón.
Y si yo te preguntaba/
el por qué no me querías/
tu sin contestarme nada/
solamente te reías/
destrozando mi ilusión.

Cuando la historia de la protagonista llegaba al final, Juan Miguel, uno de sus
19 nietos, agradeció la visita y dijo que el carnaval era la mejor caricia para el
alma de su abuela. Ella, al escuchar esas palabras, solamente sonrió y lo
abrazó.

Así se quedó la vieja bailadora, con la cara pintada de alegría y con su
acostumbrado atuendo, esperando que Dios le haga el llamado a lista para que
en ese preciso momento se repita aquella inmortal historia de Joselito
Carnaval, el de la tradición bullanguera, y todos vestidos de luto la lloren y
acompañen hasta su última morada.

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