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Mimi Anaya, La Mujer Que Se Dejó Tocar Por El Vallenato

Fuente: Noticia tomada de http://www.vanguardia.com/entretenimiento/revista-nueva/ Publicada por Ilse Milena Borrero | Fecha: 2016-06-26 | Visitas: 10172

Mimi Anaya, La Mujer Que Se Dejó Tocar Por El Vallenato

Una sentencia que controvierte de pies a cabeza Miryam Milena Anaya, quien desde los 7 años de edad canta y compone vallenatos, y toca el acordeón mejor que muchos hombres.

La vida acostumbró a Mimi a abrirse camino entre varones. Es la única mujer entre seis hermanos, nació en Montelíbano (Córdoba) y desde muy pequeña animaba -junto con su hermano Alvin, también músico- las parrandas y reuniones del pueblo.

Lo hacía en contra de la voluntad de su mamá -quien prefería otro destino para ‘la niña’-, pero ‘alcahueteada’ por el papá, que la llevaba a ella y a su hermano a las escondidas.

A Mimi le han sobrado arresto y pantalones para abrirse paso en el vallenato y cumplir sus sueños. El primer festival, como intérprete, lo ganó en su pueblo y para participar hizo lo impensable. “Yo tenía 8 o 9 años tal vez, y recuerdo que no contaba con el dinero para inscribirme. Como tampoco le podía decir a mi mamá, una hora antes de la primera presentación les pedí el dinero a los jurados. Ese día quedé entre las finalistas, así que al siguiente mi mamá tuvo que acompañarme… gané el primer festival en Montelíbano, cantando”.

Entonces quiso aprender a tocar el acordeón. Se instruyó sola y a puro oído, motivada por el estreno de la serie de televisión Escalona. “Para mi hermano y yo, ver la novela fue como una revelación… ¡esa era la tradición que queríamos seguir! Mi papá le compró el primer acordeón a Alvin cuando la estrenaron y yo empecé cantando.

Formamos un conjunto vallenato llamado Los Anaya, con gente del pueblo, cajeros y guacharaqueros. Luego, como a los 9 años de edad, empecé a tocar el acordeón y poco a poco fui aprendiendo”.

En 1997, con su acordeón, ocupó el segundo lugar en el Festival de la Leyenda Vallenata, en Valledupar (cuna de este género), y desde entonces no ha parado de cosechar éxitos. Se mudó a Bogotá, estudió Artes Escénicas y Comunicación Social, y lleva ya dos años viviendo y llenándose de vallenato.

Acerca de su experiencia y ejemplo de templanza -al proponerse sobre todas las cosas brillar en un mundo tradicionalmente masculino-, conversamos con esta cordobesa impetuosa y decidida a mostrarle al mundo que la música no tiene género.

¿Cómo una niña de 8 años, que comúnmente está jugando con muñecas, termina cantando vallenato y con un acordeón en sus manos?



Empecé cantando a los 7 años. Mi interés por el acordeón comenzó porque mi hermano Alvin lo dejaba en el cuarto y yo intentaba tocarlo, aunque mi mamá no quería. Era su única hija mujer, así que ella guardaba el acordeón bien arriba en un clóset para que yo no lo alcanzara, pero me montaba en una silla y lo bajaba. Cuando ella venía a ver, yo ya estaba tocando y sacándole notas.

Aprendí sola y después con la ayuda de mi hermano, quien empezó a perfeccionarme. No tuvimos profesores; uno, en los pueblos y a diferencia de las ciudades, no tiene acceso a nada de eso… ¡y menos en esa época!

Mi mamá me metía en cuanto reinado de belleza había, y claro, la situación fue muy difícil: la niña, que quería tocar acordeón y ser música, y ella, deseando que yo fuera reina. Esto generó una rivalidad entre mi papá y mi mamá, pues era él quien luchaba para que mi hermano y yo fuéramos músicos, nos llevaba a cada festival y a cuanta parranda existía.

La vena artística la sacamos de él, que es un músico con un oído impresionante. No se dedicó a ello de manera profesional, pero le gusta mucho la música y en especial el vallenato.

Por su parte, en mi colegio de monjas siempre me apoyaron. Y aunque era malísima estudiante, me destacaba en música, cantaba, componía versos y era un ejemplo por ser la niña que tocaba además el acordeón.

¿Y cuándo tuvo su propio acordeón?

Yo tocaba el que era de mi hermano, en Montelíbano. Luego se fue a Medellín y me quedé sin nada. Una vez, hablando con él, le dije que quería tener uno aunque fuera de segunda (por supuesto, no tenía los recursos para comprar un acordeón de 2 millones y medio de pesos que es lo que cuesta, y menos en esa época). Por fortuna, Alvin estaba pensando en cambiarlo porque no le servía el fuelle y la parrilla estaba oxidada… y me lo mandó por correo.

Efectivamente, estaba ‘vuelto nada’. Lo primero que hice fue llevárselo al mejor arreglista de acordeones, que era amigo mío. Le puso un fuelle de segunda (me dijo que le pagara luego como pudiera) y lo afinó.

En este momento tengo cinco acordeones y ese es el que más quiero. Ahora tiene fuelle nuevo, le compré parrilla, lo mandé pintar y brillar. Su sonido es el que más me gusta, es de los que hacían antes en Alemania. Los acordeones nuevos los ensamblan en China y no es lo mismo. Esos acordeones, como el viejito, son muy valiosos porque los botones son más fuertes, no se parten, y el sonido es impresionante.

¿Cómo fue su primer Festival Vallenato?


En Valledupar me presenté en el 95, en el 96 y en 1997 (a los 14 años de edad) me convertí en la primera mujer en ocupar un segundo lugar. Fue una experiencia muy bonita… recuerdo que me tenían que amarrar el acordeón porque no podía sostenerlo y además subirme a una silla. Ese segundo lugar fue el premio más importante en cuanto a festivales de música vallenata.

Titulares en los diarios como “Primera niña ocupa lugar en Valledupar” o “La cordobesa que gana”, representaron un gran despliegue. A raíz de esto me vieron los directivos de Discos Fuentes y un año después, junto con mi hermano, grabé mi primer disco cantando, tenía 15 años. Se llamó Los Anaya.

El vallenato es un género muy masculino. ¿Cómo ha lidiado con esa especie de estigma para abrirse camino?

Ahora es un poco diferente, pero al principio la gente no creía en mí, no me daban ese valor. Por ejemplo, en mi pueblo, eso de que “nadie es profeta en su tierra” es totalmente verídico. Siendo de Córdoba, gané en Valledupar, grabé mi primer disco y aun así no creen en una mujer en el mundo del vallenato… y menos en una mujer que toque.

Realmente ha sido muy duro. Y esa es mi pelea ahora: las pocas oportunidades que nos ofrecen. Los músicos hombres nos dan muy duro, los empresarios poco nos contratan; es complicado, porque dicen que el vallenato es para hombres y los juglares han dicho toda la vida que el vallenato no es para mujeres. Sin embargo, estamos en la lucha para que nos vean de una manera diferente.

Creo que el vallenato en la mujer, como todo, tiene que sonar diferente, y las mujeres nos caracterizamos por ese sentimiento que les ponemos a las cosas, somos únicas en eso, así que debemos seguir en la batalla para que nos vean de una manera distinta y nos den más oportunidades.

¿Cómo decidió ir a Bogotá y estudiar una carrera universitaria?

Me fui a la capital, también en contra de los deseos de mi mamá. He sido su hija consentida y ella quería que estudiara a distancia, así que prácticamente viajé a la fuerza. Siempre he sido muy decidida con todo lo que quiero.

Llegué y estudié actuación, grabé varias producciones para televisión y algunos comerciales, y terminé la carrera de Comunicación Social. Luego trabajé en otros campos, presentando programas, en investigación, pero nunca me alejé de la música. Entonces llegó un punto en el cual me cuestioné y decidí dedicarme en forma a lo que más me llena: llevo dos años viviendo de la música, llenándome de música y completamente feliz. Sé que tomé la mejor decisión del mundo.

¿Qué le dice a las mujeres, a las niñas que como usted sueñan con hacer una carrera en el vallenato y no se atreven, cómo las animaría?



Mi mensaje es que pierdan el miedo, que nos unamos, que la unión hace la fuerza, que nos apoyemos las unas a las otras y no nos demos duro. Que no pierdan las esperanzas.

Yo escucho un vallenato y me transporto, es un ritmo que viene del alma, que sale del alma y que trasciende más allá del corazón. Es enriquecedor en la medida en que conservas la tradición, tú escuchas un vallenato y te dan ganas de llorar o de reír o de enamorarte o de abrazar, produce un sentimiento profundo. Yo nunca voy a perder su esencia, aunque fusione con cualquier otro ritmo lo tradicional, porque es que eso es lo que soy.

El mensaje para las mujeres es que luchemos por nunca perder eso: las ganas. Que seamos el ejemplo para otros retoñitos que están comenzando. Dejemos el temor y empecemos a mostrar lo que somos realmente. Y no perdamos nuestra feminidad, que sigamos siendo mujeres tocando.

¿Y a los hombres?

Que nos apoyen más, que nosotros queremos hacer del vallenato un vallenato diferente, lleno de amor, de dulzura, de ángel… y necesitamos su apoyo.

Si vemos que nos dan oportunidades (los empresarios, los productores, en los festivales), tendremos un mundo más igualitario y eso es lo que queremos, que seamos iguales todos.

¿Quién dijo que la música es para hombres o para mujeres? La música no tiene género. La música puede hacerla quien lo pueda y quiera hacer, en la edad que quiera hacerlo.

Vea el artículo en Revista Nueva de Vanguardía Liberal

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Mimi Anaya, La Mujer Que Se Dejó Tocar Por El Vallenato

Fuente: Noticia tomada de http://www.vanguardia.com/entretenimiento/revista-nueva/ Publicada por Ilse Milena Borrero | Fecha: 2016-06-26 | Visitas: 10172

Mimi Anaya, La Mujer Que Se Dejó Tocar Por El Vallenato

Una sentencia que controvierte de pies a cabeza Miryam Milena Anaya, quien desde los 7 años de edad canta y compone vallenatos, y toca el acordeón mejor que muchos hombres.

La vida acostumbró a Mimi a abrirse camino entre varones. Es la única mujer entre seis hermanos, nació en Montelíbano (Córdoba) y desde muy pequeña animaba -junto con su hermano Alvin, también músico- las parrandas y reuniones del pueblo.

Lo hacía en contra de la voluntad de su mamá -quien prefería otro destino para ‘la niña’-, pero ‘alcahueteada’ por el papá, que la llevaba a ella y a su hermano a las escondidas.

A Mimi le han sobrado arresto y pantalones para abrirse paso en el vallenato y cumplir sus sueños. El primer festival, como intérprete, lo ganó en su pueblo y para participar hizo lo impensable. “Yo tenía 8 o 9 años tal vez, y recuerdo que no contaba con el dinero para inscribirme. Como tampoco le podía decir a mi mamá, una hora antes de la primera presentación les pedí el dinero a los jurados. Ese día quedé entre las finalistas, así que al siguiente mi mamá tuvo que acompañarme… gané el primer festival en Montelíbano, cantando”.

Entonces quiso aprender a tocar el acordeón. Se instruyó sola y a puro oído, motivada por el estreno de la serie de televisión Escalona. “Para mi hermano y yo, ver la novela fue como una revelación… ¡esa era la tradición que queríamos seguir! Mi papá le compró el primer acordeón a Alvin cuando la estrenaron y yo empecé cantando.

Formamos un conjunto vallenato llamado Los Anaya, con gente del pueblo, cajeros y guacharaqueros. Luego, como a los 9 años de edad, empecé a tocar el acordeón y poco a poco fui aprendiendo”.

En 1997, con su acordeón, ocupó el segundo lugar en el Festival de la Leyenda Vallenata, en Valledupar (cuna de este género), y desde entonces no ha parado de cosechar éxitos. Se mudó a Bogotá, estudió Artes Escénicas y Comunicación Social, y lleva ya dos años viviendo y llenándose de vallenato.

Acerca de su experiencia y ejemplo de templanza -al proponerse sobre todas las cosas brillar en un mundo tradicionalmente masculino-, conversamos con esta cordobesa impetuosa y decidida a mostrarle al mundo que la música no tiene género.

¿Cómo una niña de 8 años, que comúnmente está jugando con muñecas, termina cantando vallenato y con un acordeón en sus manos?



Empecé cantando a los 7 años. Mi interés por el acordeón comenzó porque mi hermano Alvin lo dejaba en el cuarto y yo intentaba tocarlo, aunque mi mamá no quería. Era su única hija mujer, así que ella guardaba el acordeón bien arriba en un clóset para que yo no lo alcanzara, pero me montaba en una silla y lo bajaba. Cuando ella venía a ver, yo ya estaba tocando y sacándole notas.

Aprendí sola y después con la ayuda de mi hermano, quien empezó a perfeccionarme. No tuvimos profesores; uno, en los pueblos y a diferencia de las ciudades, no tiene acceso a nada de eso… ¡y menos en esa época!

Mi mamá me metía en cuanto reinado de belleza había, y claro, la situación fue muy difícil: la niña, que quería tocar acordeón y ser música, y ella, deseando que yo fuera reina. Esto generó una rivalidad entre mi papá y mi mamá, pues era él quien luchaba para que mi hermano y yo fuéramos músicos, nos llevaba a cada festival y a cuanta parranda existía.

La vena artística la sacamos de él, que es un músico con un oído impresionante. No se dedicó a ello de manera profesional, pero le gusta mucho la música y en especial el vallenato.

Por su parte, en mi colegio de monjas siempre me apoyaron. Y aunque era malísima estudiante, me destacaba en música, cantaba, componía versos y era un ejemplo por ser la niña que tocaba además el acordeón.

¿Y cuándo tuvo su propio acordeón?

Yo tocaba el que era de mi hermano, en Montelíbano. Luego se fue a Medellín y me quedé sin nada. Una vez, hablando con él, le dije que quería tener uno aunque fuera de segunda (por supuesto, no tenía los recursos para comprar un acordeón de 2 millones y medio de pesos que es lo que cuesta, y menos en esa época). Por fortuna, Alvin estaba pensando en cambiarlo porque no le servía el fuelle y la parrilla estaba oxidada… y me lo mandó por correo.

Efectivamente, estaba ‘vuelto nada’. Lo primero que hice fue llevárselo al mejor arreglista de acordeones, que era amigo mío. Le puso un fuelle de segunda (me dijo que le pagara luego como pudiera) y lo afinó.

En este momento tengo cinco acordeones y ese es el que más quiero. Ahora tiene fuelle nuevo, le compré parrilla, lo mandé pintar y brillar. Su sonido es el que más me gusta, es de los que hacían antes en Alemania. Los acordeones nuevos los ensamblan en China y no es lo mismo. Esos acordeones, como el viejito, son muy valiosos porque los botones son más fuertes, no se parten, y el sonido es impresionante.

¿Cómo fue su primer Festival Vallenato?


En Valledupar me presenté en el 95, en el 96 y en 1997 (a los 14 años de edad) me convertí en la primera mujer en ocupar un segundo lugar. Fue una experiencia muy bonita… recuerdo que me tenían que amarrar el acordeón porque no podía sostenerlo y además subirme a una silla. Ese segundo lugar fue el premio más importante en cuanto a festivales de música vallenata.

Titulares en los diarios como “Primera niña ocupa lugar en Valledupar” o “La cordobesa que gana”, representaron un gran despliegue. A raíz de esto me vieron los directivos de Discos Fuentes y un año después, junto con mi hermano, grabé mi primer disco cantando, tenía 15 años. Se llamó Los Anaya.

El vallenato es un género muy masculino. ¿Cómo ha lidiado con esa especie de estigma para abrirse camino?

Ahora es un poco diferente, pero al principio la gente no creía en mí, no me daban ese valor. Por ejemplo, en mi pueblo, eso de que “nadie es profeta en su tierra” es totalmente verídico. Siendo de Córdoba, gané en Valledupar, grabé mi primer disco y aun así no creen en una mujer en el mundo del vallenato… y menos en una mujer que toque.

Realmente ha sido muy duro. Y esa es mi pelea ahora: las pocas oportunidades que nos ofrecen. Los músicos hombres nos dan muy duro, los empresarios poco nos contratan; es complicado, porque dicen que el vallenato es para hombres y los juglares han dicho toda la vida que el vallenato no es para mujeres. Sin embargo, estamos en la lucha para que nos vean de una manera diferente.

Creo que el vallenato en la mujer, como todo, tiene que sonar diferente, y las mujeres nos caracterizamos por ese sentimiento que les ponemos a las cosas, somos únicas en eso, así que debemos seguir en la batalla para que nos vean de una manera distinta y nos den más oportunidades.

¿Cómo decidió ir a Bogotá y estudiar una carrera universitaria?

Me fui a la capital, también en contra de los deseos de mi mamá. He sido su hija consentida y ella quería que estudiara a distancia, así que prácticamente viajé a la fuerza. Siempre he sido muy decidida con todo lo que quiero.

Llegué y estudié actuación, grabé varias producciones para televisión y algunos comerciales, y terminé la carrera de Comunicación Social. Luego trabajé en otros campos, presentando programas, en investigación, pero nunca me alejé de la música. Entonces llegó un punto en el cual me cuestioné y decidí dedicarme en forma a lo que más me llena: llevo dos años viviendo de la música, llenándome de música y completamente feliz. Sé que tomé la mejor decisión del mundo.

¿Qué le dice a las mujeres, a las niñas que como usted sueñan con hacer una carrera en el vallenato y no se atreven, cómo las animaría?



Mi mensaje es que pierdan el miedo, que nos unamos, que la unión hace la fuerza, que nos apoyemos las unas a las otras y no nos demos duro. Que no pierdan las esperanzas.

Yo escucho un vallenato y me transporto, es un ritmo que viene del alma, que sale del alma y que trasciende más allá del corazón. Es enriquecedor en la medida en que conservas la tradición, tú escuchas un vallenato y te dan ganas de llorar o de reír o de enamorarte o de abrazar, produce un sentimiento profundo. Yo nunca voy a perder su esencia, aunque fusione con cualquier otro ritmo lo tradicional, porque es que eso es lo que soy.

El mensaje para las mujeres es que luchemos por nunca perder eso: las ganas. Que seamos el ejemplo para otros retoñitos que están comenzando. Dejemos el temor y empecemos a mostrar lo que somos realmente. Y no perdamos nuestra feminidad, que sigamos siendo mujeres tocando.

¿Y a los hombres?

Que nos apoyen más, que nosotros queremos hacer del vallenato un vallenato diferente, lleno de amor, de dulzura, de ángel… y necesitamos su apoyo.

Si vemos que nos dan oportunidades (los empresarios, los productores, en los festivales), tendremos un mundo más igualitario y eso es lo que queremos, que seamos iguales todos.

¿Quién dijo que la música es para hombres o para mujeres? La música no tiene género. La música puede hacerla quien lo pueda y quiera hacer, en la edad que quiera hacerlo.

Vea el artículo en Revista Nueva de Vanguardía Liberal

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Mimi Anaya, La Mujer Que Se Dejó Tocar Por El Vallenato

Fuente: Noticia tomada de http://www.vanguardia.com/entretenimiento/revista-nueva/ Publicada por Ilse Milena Borrero | Fecha: 2016-06-26 | Visitas: 10172

Mimi Anaya, La Mujer Que Se Dejó Tocar Por El Vallenato

Una sentencia que controvierte de pies a cabeza Miryam Milena Anaya, quien desde los 7 años de edad canta y compone vallenatos, y toca el acordeón mejor que muchos hombres.

La vida acostumbró a Mimi a abrirse camino entre varones. Es la única mujer entre seis hermanos, nació en Montelíbano (Córdoba) y desde muy pequeña animaba -junto con su hermano Alvin, también músico- las parrandas y reuniones del pueblo.

Lo hacía en contra de la voluntad de su mamá -quien prefería otro destino para ‘la niña’-, pero ‘alcahueteada’ por el papá, que la llevaba a ella y a su hermano a las escondidas.

A Mimi le han sobrado arresto y pantalones para abrirse paso en el vallenato y cumplir sus sueños. El primer festival, como intérprete, lo ganó en su pueblo y para participar hizo lo impensable. “Yo tenía 8 o 9 años tal vez, y recuerdo que no contaba con el dinero para inscribirme. Como tampoco le podía decir a mi mamá, una hora antes de la primera presentación les pedí el dinero a los jurados. Ese día quedé entre las finalistas, así que al siguiente mi mamá tuvo que acompañarme… gané el primer festival en Montelíbano, cantando”.

Entonces quiso aprender a tocar el acordeón. Se instruyó sola y a puro oído, motivada por el estreno de la serie de televisión Escalona. “Para mi hermano y yo, ver la novela fue como una revelación… ¡esa era la tradición que queríamos seguir! Mi papá le compró el primer acordeón a Alvin cuando la estrenaron y yo empecé cantando.

Formamos un conjunto vallenato llamado Los Anaya, con gente del pueblo, cajeros y guacharaqueros. Luego, como a los 9 años de edad, empecé a tocar el acordeón y poco a poco fui aprendiendo”.

En 1997, con su acordeón, ocupó el segundo lugar en el Festival de la Leyenda Vallenata, en Valledupar (cuna de este género), y desde entonces no ha parado de cosechar éxitos. Se mudó a Bogotá, estudió Artes Escénicas y Comunicación Social, y lleva ya dos años viviendo y llenándose de vallenato.

Acerca de su experiencia y ejemplo de templanza -al proponerse sobre todas las cosas brillar en un mundo tradicionalmente masculino-, conversamos con esta cordobesa impetuosa y decidida a mostrarle al mundo que la música no tiene género.

¿Cómo una niña de 8 años, que comúnmente está jugando con muñecas, termina cantando vallenato y con un acordeón en sus manos?



Empecé cantando a los 7 años. Mi interés por el acordeón comenzó porque mi hermano Alvin lo dejaba en el cuarto y yo intentaba tocarlo, aunque mi mamá no quería. Era su única hija mujer, así que ella guardaba el acordeón bien arriba en un clóset para que yo no lo alcanzara, pero me montaba en una silla y lo bajaba. Cuando ella venía a ver, yo ya estaba tocando y sacándole notas.

Aprendí sola y después con la ayuda de mi hermano, quien empezó a perfeccionarme. No tuvimos profesores; uno, en los pueblos y a diferencia de las ciudades, no tiene acceso a nada de eso… ¡y menos en esa época!

Mi mamá me metía en cuanto reinado de belleza había, y claro, la situación fue muy difícil: la niña, que quería tocar acordeón y ser música, y ella, deseando que yo fuera reina. Esto generó una rivalidad entre mi papá y mi mamá, pues era él quien luchaba para que mi hermano y yo fuéramos músicos, nos llevaba a cada festival y a cuanta parranda existía.

La vena artística la sacamos de él, que es un músico con un oído impresionante. No se dedicó a ello de manera profesional, pero le gusta mucho la música y en especial el vallenato.

Por su parte, en mi colegio de monjas siempre me apoyaron. Y aunque era malísima estudiante, me destacaba en música, cantaba, componía versos y era un ejemplo por ser la niña que tocaba además el acordeón.

¿Y cuándo tuvo su propio acordeón?

Yo tocaba el que era de mi hermano, en Montelíbano. Luego se fue a Medellín y me quedé sin nada. Una vez, hablando con él, le dije que quería tener uno aunque fuera de segunda (por supuesto, no tenía los recursos para comprar un acordeón de 2 millones y medio de pesos que es lo que cuesta, y menos en esa época). Por fortuna, Alvin estaba pensando en cambiarlo porque no le servía el fuelle y la parrilla estaba oxidada… y me lo mandó por correo.

Efectivamente, estaba ‘vuelto nada’. Lo primero que hice fue llevárselo al mejor arreglista de acordeones, que era amigo mío. Le puso un fuelle de segunda (me dijo que le pagara luego como pudiera) y lo afinó.

En este momento tengo cinco acordeones y ese es el que más quiero. Ahora tiene fuelle nuevo, le compré parrilla, lo mandé pintar y brillar. Su sonido es el que más me gusta, es de los que hacían antes en Alemania. Los acordeones nuevos los ensamblan en China y no es lo mismo. Esos acordeones, como el viejito, son muy valiosos porque los botones son más fuertes, no se parten, y el sonido es impresionante.

¿Cómo fue su primer Festival Vallenato?


En Valledupar me presenté en el 95, en el 96 y en 1997 (a los 14 años de edad) me convertí en la primera mujer en ocupar un segundo lugar. Fue una experiencia muy bonita… recuerdo que me tenían que amarrar el acordeón porque no podía sostenerlo y además subirme a una silla. Ese segundo lugar fue el premio más importante en cuanto a festivales de música vallenata.

Titulares en los diarios como “Primera niña ocupa lugar en Valledupar” o “La cordobesa que gana”, representaron un gran despliegue. A raíz de esto me vieron los directivos de Discos Fuentes y un año después, junto con mi hermano, grabé mi primer disco cantando, tenía 15 años. Se llamó Los Anaya.

El vallenato es un género muy masculino. ¿Cómo ha lidiado con esa especie de estigma para abrirse camino?

Ahora es un poco diferente, pero al principio la gente no creía en mí, no me daban ese valor. Por ejemplo, en mi pueblo, eso de que “nadie es profeta en su tierra” es totalmente verídico. Siendo de Córdoba, gané en Valledupar, grabé mi primer disco y aun así no creen en una mujer en el mundo del vallenato… y menos en una mujer que toque.

Realmente ha sido muy duro. Y esa es mi pelea ahora: las pocas oportunidades que nos ofrecen. Los músicos hombres nos dan muy duro, los empresarios poco nos contratan; es complicado, porque dicen que el vallenato es para hombres y los juglares han dicho toda la vida que el vallenato no es para mujeres. Sin embargo, estamos en la lucha para que nos vean de una manera diferente.

Creo que el vallenato en la mujer, como todo, tiene que sonar diferente, y las mujeres nos caracterizamos por ese sentimiento que les ponemos a las cosas, somos únicas en eso, así que debemos seguir en la batalla para que nos vean de una manera distinta y nos den más oportunidades.

¿Cómo decidió ir a Bogotá y estudiar una carrera universitaria?

Me fui a la capital, también en contra de los deseos de mi mamá. He sido su hija consentida y ella quería que estudiara a distancia, así que prácticamente viajé a la fuerza. Siempre he sido muy decidida con todo lo que quiero.

Llegué y estudié actuación, grabé varias producciones para televisión y algunos comerciales, y terminé la carrera de Comunicación Social. Luego trabajé en otros campos, presentando programas, en investigación, pero nunca me alejé de la música. Entonces llegó un punto en el cual me cuestioné y decidí dedicarme en forma a lo que más me llena: llevo dos años viviendo de la música, llenándome de música y completamente feliz. Sé que tomé la mejor decisión del mundo.

¿Qué le dice a las mujeres, a las niñas que como usted sueñan con hacer una carrera en el vallenato y no se atreven, cómo las animaría?



Mi mensaje es que pierdan el miedo, que nos unamos, que la unión hace la fuerza, que nos apoyemos las unas a las otras y no nos demos duro. Que no pierdan las esperanzas.

Yo escucho un vallenato y me transporto, es un ritmo que viene del alma, que sale del alma y que trasciende más allá del corazón. Es enriquecedor en la medida en que conservas la tradición, tú escuchas un vallenato y te dan ganas de llorar o de reír o de enamorarte o de abrazar, produce un sentimiento profundo. Yo nunca voy a perder su esencia, aunque fusione con cualquier otro ritmo lo tradicional, porque es que eso es lo que soy.

El mensaje para las mujeres es que luchemos por nunca perder eso: las ganas. Que seamos el ejemplo para otros retoñitos que están comenzando. Dejemos el temor y empecemos a mostrar lo que somos realmente. Y no perdamos nuestra feminidad, que sigamos siendo mujeres tocando.

¿Y a los hombres?

Que nos apoyen más, que nosotros queremos hacer del vallenato un vallenato diferente, lleno de amor, de dulzura, de ángel… y necesitamos su apoyo.

Si vemos que nos dan oportunidades (los empresarios, los productores, en los festivales), tendremos un mundo más igualitario y eso es lo que queremos, que seamos iguales todos.

¿Quién dijo que la música es para hombres o para mujeres? La música no tiene género. La música puede hacerla quien lo pueda y quiera hacer, en la edad que quiera hacerlo.

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